domingo, 27 de septiembre de 2009

El 'Pelusa' no se presiona y menos por amor

Horas antes de ‘pintar’ su mejor gol sobre una cancha de fútbol, Diego Armando Maradona desdramatizaba la importancia que tenía el compromiso para él y su pais. Argentina tenía que enfrentar a Inglaterra en el Mundial de México 86. Primera vez que jugaban después de la guerra de ‘Las Malvinas’ de 1982. En el territorio albiceleste sentían que podía ser la revancha contra el imperio inglés, que sin problemas había vencido a la pobre armada argentina. Los periodistas llenaron la conferencia de prensa que dio el ‘Pelusa’ antes del partido. Uno de ellos se animó a preguntarle: ¿Sientes presión por jugar este encuentro?. El ‘Genio’ no dudó en la respuesta. ‘Presión la tiene el obrero que no sabe que comerá mañana, que sale a la calle y no sabe si regresará con dinero para comprar un pan para los suyos. Yo voy a jugar fútbol, tengo ansiedad de entrar a la cancha y vencerlos, porque quiero regalarle una alegría a mis compatriotas, pero no me hablen de esas cosas que sienten los que verdaderamente luchan todos los días con la vida’. El mundo entero se quedó pensando en su afirmación y la vida mostraría un capitulo sobre lo que él hablaba.Todos los fines de semana, sábados a las 11 de la mañana, pasaba gritando: ‘Compro fierro, catre, botellaaaa’. Yo estaba acostumbrado a reunir envases de trago corto, pantalones viejos. Todo era para conseguir pasajes y algo para comer o tomar en mi visita a los conciertos de música subterranea, que por aquellos tiempos, acaparaban mi atención. Era casi un ritual y una preocupación: conseguir mercadería para colocarla con ese ese hombre de piel cobriza, prieto, al que odiaba por lo poco que me pagaba pero a la vez me solventaba los gastos urgentes de la noche. Lo llamábamos Don Pancho y siempre usaba el gorro volteado. Casi siempre iba con una casaca azul y sus zapatillas que las pisaba en la parte del talón. Llevaba un jean demasiado sucio y tenía una risa escandalosa. Él sabía que lo necesitaba y tocaba el timbre y preguntaba por mí. Un día había acumulado bastante ropa vieja y un montón de botellas y fue por ello que lo esperé en la puerta. Lo vi aparecer con su grito de siempre, removiendo al barrio y mirando a todos lados, como esperando que de alguna ventana salga alguien y le ofrezca algo.Ese día el sol estaba fuerte, aún tenía sueño y bostecé mientras se acercaba. Su triciclo seguía con una llanta baja que no le importaba arreglar. Empujaba y el polo que esta vez utilizaba era corto y su abdomen sobresalía. Al costado, iba a una chica que creo que no superaba los 14 años, tenía dos colitas como peinado y calzaba unas zapatillas viejas de color rosado. No llevaba medias y usaba una falda que le quedaba encima de sus rodillas. Tenía la cara redonda, la nariz aguileña, la piel oscura como el padre y unos ojos achinados por el sol. Ni bien me acerqué con mi ‘mercadería’, él paró en seco su transporte, sacó la billetera que llevaba en el bolsillo trasero de su pantalón y se alistaba a darme lo de todos los fines de semana. Ella miraba atenta la negociación, observaba con cuidado a su padre, aproveché para volver a mirarla. Creo que recién había saboreado un pan con mantequilla, porque al costado de su boca, se notaba un pedazo de miga que no había sido consumido.
No me animé a decirle hola, ni ella me miró a los ojos más de dos segundos. Su padre, sin decir gracias ni nada parecido, empujó su transporte y ella se puso a un costado, caminando al paso de él.
El siguiente sábado escuché su grito cuando ya estaba cerca. Bajé apurado confiando en que esta vez ganaría bastante, porque eran mucho más lo que le ofrecía. Cuando abrí la puerta, ella estaba mirando la copa de un árbol y apoyaba su cintura en el triciclo. Yo lo miré a él y me recibió con una sonrisa. Fue cuando la chica giró a mirarme y estaba con el rostro lleno de sudor, su ojitos no tan chinitos y me miró y se rascó su mejilla. Vi su uña con algo de tierra y pensé que era muy linda.
El hombre me dio el dinero de siempre y me animé a un comentario. ‘Pucha, usted para hacer negocios, es más bueno que Maradona en una cancha de fútbol’. Me miró, me percaté que era la primera vez que llevaba el gorro bien puesto y no tardó en responder. ‘Mejor que Pelé dirás. Ese fue mil veces mejor que tu Diego’.
Mire la llanta desinflada del triciclo, tuve ganas de preguntarle por qué nunca la arreglaba, pero mejor salí en defensa de mi ídolo. ‘No pues, el ‘Pelusa’ fue más grande que el brasileño. Además, él no es sobón de los gobiernos y odia a todos los que abusan del pueblo, como los Estados Unidos’.
No me respondió, pero ella me miró con los ojitos achinados y sonrió. Eso me dio fuerzas para seguir con mi discurso Maradoniano. ‘Además, él hizo el gol más maravilloso de los mundiales. Se llevó a 6 ingleses, lo que nunca hizo el brasileño’.
Don Pancho estaba cansado, creo que cargaba un problema y eso lo había convertido en un tipo sin reacción. Sonrió y mirando a su hija, le dijo. ‘Vamos Carito, en este barrio hay muchos locos’.
Por fin descubría como se llamaba. Como un tema de Leon Gieco y al que conocía hace un tiempo. Toda esa tarde, camino al centro de Lima, camino al concierto de los rockeros de ‘Eutanasia’, me fui entonando el tema: ‘Carito, yo soy tu amigo, me ofrezco árbol, para tu nido’.
Reía solo, creo que alguien me miró, pero no me importaba. Estaba enamorado y cuando uno se siente así, lo que menos interesa es el qué dirán. Uno arma una burbuja donde el futuro es un amigo incondicional que nos dice que todo lo soñado siempre llega, pese a que casi nunca se hace realidad.


Esperaba el fin de semana para volver a disfrutar de sus ojos achinados, que me miraban de reojo, como pidiendo permiso y me regala una sonrisa tímida, casi escapándose de la autoridad de su padre.
Jamás le dirigía la palabra, solo hacía bromas que Don Pancho festejaba de buena gana y ella se tapaba la boca con las manos y soltaba una risa medida.
Así era feliz, por cinco minutos conseguía que mi vida sea completa y cuando la veía ir, observaba que las zapatillas envejecían mucho más cada semana, pero estaban más limpias que la primera vez.
Me ilusionaba y creía que ese cambio era por mí, que ella quería verse linda para este muchacho que jamás la escuchó hablar ni decir una palabra, pero que estaba enamorado de ella.
A veces el miedo es el mejor puente para que llegue el valor. Lo comprobé un fin de semana que Don Pancho apareció con su triciclo y sin compañía. Ese día tuve temor que nunca más vuelva a trabajar al lado de su papá. Entonces, tomé fuerza y solté la interrogante. ‘¿Hoy vino sin asistente?’.
El hombre se acomodó el gorro. Creo que no había dormido bien, porque con su dedo pulgar e índice de su mano derecha, se frotó los párpados y me respondió. ‘Lo que pasa es que Carito había descuidado los estudios por venir conmigo y anda atrasada en los cuadernos y tiene hartos exámenes’.
¿Acaso acompañaba a su papá por verme?. ¿Por amor descuidó sus trabajos?. Me reía y me burlé de mi mismo y de mis alusinaciones. Estaba llenó de fuerzas y me mandé con la repregunta. ‘¿Carito debe ser estudiosa?’.
Me miró, pense que iba a soltar una lisura por mi insolencia, pero se puso triste y comentó. ‘Ella era muy buena estudiante, pero desde que murió su mamá, practicamente se hace cargo de sus dos hermanitos menores. Si viene conmigo es porque recogemos cosas de alguna bodega y se va a prepararles el almuerzo. Eso ha hecho que se descuide de sus tareas mi niña’.
Era otro Don Pancho. No era el hombre gritón, que ponía su cara de autosuficiente cuando conversábamos de negocios.
‘Un día usted y ella serán recompesados por tanto sacrificio’, le dije y se acomodó la gorra, me dio lo de siempre y siguió enpujando su herramienta de trabajo.
La siguente semana llegó con ella. Estaba con unos zapatos negros, típicos de colegio, a medio lustrar. Usaba unas medias plomas y me miró como preocupada. Yo cobardemente no me animé a decirle hola y prepare una broma: ‘Don Pancho, traigo ropa de primera, de mujer. Hasta Carito le va a decir que me pague más’, termine de hablar y la miré. Soltó una sonrisa, se sonrojó y agachó la mirada, jugó con sus dedos y los pasó por el borde del transporte y parecía que lo acariciaba. Su padre me respondió: ‘Oe loco, ella es mi hija y tirará para mí lado’. Carito se rio y su padre metió la mano al bolsillo de su pantalón.
Ya no sabía que decir, pero decidí emprender con mi ataque directamente a la chica de mis sueños. ‘Allí hay una jean que te va a gustar’. Ella abrió los ojos como nunca e inmediatamente miró a su papá.
Me puse nervioso, tuve miedo que se me venga encima el hombre, pero sus palabras me tranquilizaron. ‘Compadrito, ni trates de apoyarte en mi hija, porque así me lo pida, no te voy a dar más de lo que siempre te doy’.
La chica volvió a sonreír y sentí que era un mi regalo. Cuando se alejaron, ella caminaba despacio, descubrí que en su pantorrilla derecha tenía un puntito rojo, como una gotita de sangre y pense que seguro un mosquito le había picado y parecia estar conectada conmigo, porque se inclinó y se dio una palmadita allí y volteó y se encontró con mi mirada y asustada dirigio la mirada a su padre y se fueron.
Toda la semana busqué en casa algo que le pueda gustar a la niña de ojos chinitos y rostro andino. También me gustaba llamarla ‘Mi serranita’. Esos días, mis actitudes me confirmaron que estaba enamorado. Hablaba solo, conversaba conmigo mismo, creaba historias y volvía a la realidad lleno de entusiasmo.
Conpré una coneja de peluche, le colgé un corazoncito que decía: ‘Regálame una mirada’ y lo metí entre la poca ropa que había podido recoger de la casa de algunos amigos y un par de botellas que encontre regresando de la academia.
Cuando él llegó, ya me tenía abriendo la puerta. Ella estaba con el cabello suelto, mojado y comiendo un paquete de galleta. Yo tenía puesto un polo con la cara de César Vallejo y una inscripción abajo: ‘Hay mis buenos amigos… cruel falacia’.
Creo que lo leyó, preferí no mirarla ni prestarle atención. Era mi táctica para que nada delate el regalo camuflado que llevaba para ella.
Don Pancho tenía las manos más sucias que de costumbre, ahora llevaba un gorro rojo con el símbolo de una marca de zapatillas. Le entregué la bolsa negra y él la abrió y al salir el peluche, ella lo tomó sin decir nada, el papa se rió de buena gana y me dijo: ‘Pucha compadre, me traes cosas que ya no voy a poder vender, ella se va agarrar esa coneja’.
Carito tomó la tarjeta, la repasó y por primera vez desde que la conocía, me dijo: ‘¿A quién se la quitaste?’. Mordi mis labios, metí mis manos a los bolsillos de mi pantalón, senti que Vallejo alzaba los ojos tratando de ver mi reacción. No podía decirle que se lo habia comprado, sería delatarme. Nunca fui valiente con las mujeres y en esos tiempos peor. Apelé a una sonrisa y le dije: ‘Es mío, pero no tengo paciencia para cuidarlo, hacerlo dormir y todo eso que se debe hacer con los animalitos. Si quieres lo crías y te mando para su ropa y comida’.
Esperé escuchar una sonora carcajada. Que Don Pancho, como tantas veces ria y diga que estoy loco. Pero solo ví que ella agachó la mirada y él empujó su tranpsporte y estirándome la mano, me dio apurado el dinero y añadió. ‘ya, ya, hay que seguir trabajando’.
Toda la semana,esperé su regreso bastante nervioso, decidí no buscar nada para vender, solo quería cruzarme con él. Presentía que nuestras negociaciones habían llegado a su final.
Parado en la esquina de mi cuadra, lo vi doblar por la calle opuesta. Carito venía con un jean parecido al que yo le vendí, preferi no observar bien si era ese o no. Tenía unos zapatos negros clásicos de colegio, una blusa celeste de manga larga.
A Don Pancho lo noté mas cansado, como aburrido, pero ese silencio, esa seriedad, me daban miedo. Los vi detenerse en mi casa, pero como nadie salía, la mandó para que toque la puerta. Creo que mi hermana le avisó que no estaba y ella regreso junto a él. Otra vez estaba con trenzas. Decidi ir a su encuentro y a cuatro metros, cuando ella me reconoció y el me levanto la mano, lo paré. ‘No tengo nada para negociar’ le dije muy serio.
Creo que ambos se dieron cuenta que estaba desafiante, a la defensiva, porque él cambió su cara y puso una más tierna. Ella me miró toda achinadita y soltó una sonrisa sin mirar a su progenitor. ‘Hoy es el último día que salgo con ayudante. Carito se va a trabajar a una casa de San isidro, cama adentro. Así es loco, ya no tengo fuerzas y no puedo con los gastos de la casa. Por eso aprovecha hijo, sácale el jugo a los estudios’, me dijo el señor con un gesto paternalista que jamás había tenido conmigo.
Me fui con dirección a mi casa, creo que Carito volteó, pero yo no sacaba mi mirada de la puerta de mi casa. Entré, me encerré en mi cuarto. Para esos tiempos, estaba encandilado con un casete llamado ’20 Triunfadoras de José Jose’ y puse la número 12: ‘No me digas que te vas’ y me puse a lagrimear. Ese tema lo tarareaba siempre, camino a clases, viendo a mis amigos del barrio cuando jugaban fulbito. Me alejé de Don Pancho, se cansó de tocar mi puerta y que le digan que no estaba. Cuando avanzaba y sentía su grito lejos, salia y siempre lo veía solo, empujando ese triciclo que me había presentado a un amor que nunca consolidé.


La soñé de muchas maneras, que la encontraba paseando a unos niños en un parque de San isidro, cerca de la casa donde estaba trabajando y yo le decia que deje todo y que nos escapábamos a otra ciudad, luego se quedaba dormida en mi hombro rumbo a una provincia y despertaba y se reía con esa sonrisa que la hacía más chinita, me besaba en los labios y volvía a buscar el sueño sobre mi pecho.
Casi un mes despues me avisaron que Don Pancho no venía por el barrio porque ya no podía caminar, estaba mal de los riñones.
El tiempo siguió, fui dejando de escuchar el tema de Jose Jose, ingresé a la universidad y me hice amigo de un muchacho que gustaba de Leon Gieco y juntos cantábamos ‘Carito’ y la recordaba y sentía nostalgia. Dónde estaría la chica de carita redonda, por dónde andaría con su sonrisa medida, eran las preguntas que me hacía en esos días y sentía que las lágrimas se me escapaban cuando me preguntaba si aún tenía el conejo de peluche que disimuladamente le regalé.
Cuando estaba en los exámenes finales del sexto ciclo, andaba entusiasmado comprando libros de Ernesto Sábato y el chileno José Donoso. Vivía enamorado de esos escritores, pero todo se me había complicado con los cursos. Tenía el temor fundado de no pasar al siguiente semestre y eso me hacía llegar tarde a casa, porque no quería encontrarme con mi ‘viejo’, que me presionaba para que busque un trabajo estable y solvente mi carrera.
La semana de las pruebas finales, sabía que no iba a salir airoso. Mal en la materia ‘Nuevo Periodismo’, comprendía que era el resultado de tantas noches de bohemia, creyendo que con una botella de trago en el medio, podíamos cambiar el mundo.
Nervioso, hasta angustiado, me senté en una mesa vieja del restaurante que estaba al costado de la Facultad de Derecho. Eran las dos de la tarde, algunos alumnos leían mientras comían, la vieja rockola estaba en silencio y recordé que muchas noches me paraba al costado de ella, buscaba una canción, le echaba una moneda y cantaba a todo pulmón.
Pero ahora una gaseosa helada me acompañaba, estaba aburrido, esperando que pasen las dos horas y dar otro bendito examen para intentar la hazaña de seguir avanzando en la universidad.
Ojeaba un diario por el lado de la sección deportiva. Revisaba la tabla de colocaciones del campeonato nacional, cuando sentí una voz que más parecía un ruego. ‘¿Me compras por favor?. Colabórame, no seas malito’.
Levante la mirada, listo para decir que no podía, como casi siempre lo hacía y hasta ahora lo hago con los vendedores ambulantes que se acercan a perdirme apoyo.
Era una mujer, lo reconoci por el timbre de su voz. Lo primero que vi fue su abdomen crecido, que parecía romper un polo blanco y sucio que tenía estampado el logo de una marca de leche. Cerca de su barriga, la carita de su hijo asomaba sucia y con la mejilla registrando unos surcos dejados por el correr de una lágrima y me imaginé que había llorado de hambre. Llevaba puesto una chompa remangada, como confirmado que no era su talla y por necesidad había tenido que usarla. Las manos de la mujer pusieron cinco caramelos de limón cerca de mi botella. Sus uñas estaban con tierra y la pintura se iba cayendo.
Sus senos caidos no le daban ningún atractivo y fue entonces que decidí explorar su rostro. Estaba mirándome sin temores, como queriendo ser coqueta para convencerme que podía hacer el mejor negocio del mundo si le compraba su producto. Estaba achinadita, con la cara redonda, con dos trenzas que la hacian mas joven de lo que realmente era. Sudaba y me regaló una sonrisa. Entonces sentí el corazón agitado, se limpió el sudor de sus labios y me tuteó: ‘Cómprame, no seas malo’.
Era ella, la niña de Don Pancho, la tierna y bella chica que me enamoré y de la que nunca supe más. Era Carito. Tomé los caramelos, ella me agregó ‘Los cinco te salen a ..’, no deje que terminara y le puse dos monedas. Me olvide de mis nervios y le hablé con la voz temblorosa: ‘Carito, ¿no te acuerdas de mí?’.
Se achinó como aquella vez que vio el peluche, tomo con fuerza de la mano a su hijito y mientras se alejaba, me dijo: ‘Chau - y señalando a su niño agregó - su primer juguete fue tu coneja’ y empezó a caminar. Con el corazón agitado, me atreví a más. ‘No te vayas’.
Volteó con esa frescura que sus pocos años le daban a cada movimiento de su cuerpo pese al tiempo transcurrido y la grasa acumulada. ‘Debo seguir trabajando, sino cómo compro la leche del bebe’ y se fue del lugar.
Me senté, todavía podía darle un sorbo a la botella de gaseosa. Me pare, metí mi mano al bolsillo y me acerqué a la rockola. Miré a todos lados, nadie se había percatado de mi diálogo con esa chica que fue mi adoración de adolescente y ahora era una señora con urgencias para mantener a su hijo. Sequé la lágrima que escapaba de mi párpado izquierdo. Busqué entre las canciones para escoger una y se me nublo el otro ojo. Decidí calmarme, maldije mi poca osadía de salir corriendo a buscarla y por fin encontre el tema. ‘No me digas que te vas’ de Jose José.
Regresé tarareando la primera estrofa y al sentarme, tome la botella y mientras me la llevaba a la boca, le di toda la razon del mundo a Diego. Yo andaba preocupado por aprobar unos exámenes y ella estaba desesperada por conseguir alimento para su niño y esa era su lucha cada 24 horas. Como dijo Maradona: ‘Presion la tiene el que sale a buscar dinero para poder comer y no sabe si la conseguirá’. ¡Qué gran verdad!.

14 comentarios:

  1. Tú sabes que voy a la médula cuando me encuentro con sorpresas, antes de seguir, me quedé pensando... ¡Buen final!.
    Ahora bién, antes de darle enter y que se registre, considero que debes revisar, no me parecio bien leer "conpre" mal asunto señor, a mi me molesto eso, y no acepto el ups es que están tan juntas las letras o a quién no le ha pasado!!!
    Otro detalle es con los tiempos, hay una parte en la conversación de los personajes y Don Pancho menciona a Pele, el personaje principal habla de Maradona "en pasado" , ahí también quedé en jaque.
    Pero bién, me gusto mucho, en serio, muy buena.
    Besos inmemoriales amigo mio.
    Pau

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  2. Me encanto Fer, aunque vivamos en una dura realidad y la vida sea dificil para algunos, sabes ponerle la nota tierna a tus historias.
    Fanny

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  3. Hola Fer....sabes que pienso que escribes lindo así que no pienso decírtelo esta vez, ya que tus relatos siempre están llenos de ti y de esa sensibilidad que te brota a flor de piel.. hoy sólo quería decirte algo: "las cosas no son siempre lo que parecen y no sólo tú tienes una ecuación sin resolver yo también. Te quiero como mierda..

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  4. Es verdad las cosas no son siempre lo que parecen SON PEOR!!! Y es más no es un ecuación sin resolver, sino una raíz cuadrada elevada al logaritmo de más infinito lo que tienes en tu mitra.

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  5. Fer.... ya se extraña que escribas algo nuevo en el blog tanto como se te extraña a ti...tú mi laberinto..

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  6. Maestro, que decir algunas críticas considero que no encaja muy bien lo de maradona al final pudo ser tácito, pero el hecho es que se puede dejar aquel sabor de saber que resulta cuando uno no actua de una forma, es mas si el hecho de desde donde proviene la historia lo hace importante, sigue expresando, es una muy buena manera, saludos

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  7. Fer, escríbe algo pues. Y perdóname!

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  8. me gusto,me hizo entrar en la historia,Fernando,sabes que me encanta como escribes,Silvia Jibaja

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  9. Qué decirte amigo?
    Escribir es un ejercicio de exhibicionismo emocional, mostrarse y exponerse al juicio público es duro, pero de alguna forma se tiene que alimentar el ego.
    Te felicito por la historia, a manera de paráfrasis y salvando las distancias te recomiendo ecuchar una canción de Ismael "Recuerdo" Serrano http://www.youtube.com/watch?v=BOCKYL8Nxc una historia paralela.
    Un abrazo enorme.

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  10. El amor romantico es el inalcansable, una linda historia que recordar también amores de infancia y lagrimas derramadas en la soledad.

    Saludos.

    Edwin

    www.limagris.com

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  11. "La probabilidad de hacer mal se encuentra cien veces al día; la de hacer bien una vez al año".... Sigue adelante sin parar que este camino esta lleno de piedras, como correr por la Trapiche Chillon.

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  12. Peruano, me encanto la historia de carito porque logro dejarme la sensaciòn de ternura y sensibilidad que pocos pueden transmitir cuando escriben .

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