domingo, 27 de septiembre de 2009

El 'Pelusa' no se presiona y menos por amor

Horas antes de ‘pintar’ su mejor gol sobre una cancha de fútbol, Diego Armando Maradona desdramatizaba la importancia que tenía el compromiso para él y su pais. Argentina tenía que enfrentar a Inglaterra en el Mundial de México 86. Primera vez que jugaban después de la guerra de ‘Las Malvinas’ de 1982. En el territorio albiceleste sentían que podía ser la revancha contra el imperio inglés, que sin problemas había vencido a la pobre armada argentina. Los periodistas llenaron la conferencia de prensa que dio el ‘Pelusa’ antes del partido. Uno de ellos se animó a preguntarle: ¿Sientes presión por jugar este encuentro?. El ‘Genio’ no dudó en la respuesta. ‘Presión la tiene el obrero que no sabe que comerá mañana, que sale a la calle y no sabe si regresará con dinero para comprar un pan para los suyos. Yo voy a jugar fútbol, tengo ansiedad de entrar a la cancha y vencerlos, porque quiero regalarle una alegría a mis compatriotas, pero no me hablen de esas cosas que sienten los que verdaderamente luchan todos los días con la vida’. El mundo entero se quedó pensando en su afirmación y la vida mostraría un capitulo sobre lo que él hablaba.Todos los fines de semana, sábados a las 11 de la mañana, pasaba gritando: ‘Compro fierro, catre, botellaaaa’. Yo estaba acostumbrado a reunir envases de trago corto, pantalones viejos. Todo era para conseguir pasajes y algo para comer o tomar en mi visita a los conciertos de música subterranea, que por aquellos tiempos, acaparaban mi atención. Era casi un ritual y una preocupación: conseguir mercadería para colocarla con ese ese hombre de piel cobriza, prieto, al que odiaba por lo poco que me pagaba pero a la vez me solventaba los gastos urgentes de la noche. Lo llamábamos Don Pancho y siempre usaba el gorro volteado. Casi siempre iba con una casaca azul y sus zapatillas que las pisaba en la parte del talón. Llevaba un jean demasiado sucio y tenía una risa escandalosa. Él sabía que lo necesitaba y tocaba el timbre y preguntaba por mí. Un día había acumulado bastante ropa vieja y un montón de botellas y fue por ello que lo esperé en la puerta. Lo vi aparecer con su grito de siempre, removiendo al barrio y mirando a todos lados, como esperando que de alguna ventana salga alguien y le ofrezca algo.Ese día el sol estaba fuerte, aún tenía sueño y bostecé mientras se acercaba. Su triciclo seguía con una llanta baja que no le importaba arreglar. Empujaba y el polo que esta vez utilizaba era corto y su abdomen sobresalía. Al costado, iba a una chica que creo que no superaba los 14 años, tenía dos colitas como peinado y calzaba unas zapatillas viejas de color rosado. No llevaba medias y usaba una falda que le quedaba encima de sus rodillas. Tenía la cara redonda, la nariz aguileña, la piel oscura como el padre y unos ojos achinados por el sol. Ni bien me acerqué con mi ‘mercadería’, él paró en seco su transporte, sacó la billetera que llevaba en el bolsillo trasero de su pantalón y se alistaba a darme lo de todos los fines de semana. Ella miraba atenta la negociación, observaba con cuidado a su padre, aproveché para volver a mirarla. Creo que recién había saboreado un pan con mantequilla, porque al costado de su boca, se notaba un pedazo de miga que no había sido consumido.
No me animé a decirle hola, ni ella me miró a los ojos más de dos segundos. Su padre, sin decir gracias ni nada parecido, empujó su transporte y ella se puso a un costado, caminando al paso de él.
El siguiente sábado escuché su grito cuando ya estaba cerca. Bajé apurado confiando en que esta vez ganaría bastante, porque eran mucho más lo que le ofrecía. Cuando abrí la puerta, ella estaba mirando la copa de un árbol y apoyaba su cintura en el triciclo. Yo lo miré a él y me recibió con una sonrisa. Fue cuando la chica giró a mirarme y estaba con el rostro lleno de sudor, su ojitos no tan chinitos y me miró y se rascó su mejilla. Vi su uña con algo de tierra y pensé que era muy linda.
El hombre me dio el dinero de siempre y me animé a un comentario. ‘Pucha, usted para hacer negocios, es más bueno que Maradona en una cancha de fútbol’. Me miró, me percaté que era la primera vez que llevaba el gorro bien puesto y no tardó en responder. ‘Mejor que Pelé dirás. Ese fue mil veces mejor que tu Diego’.
Mire la llanta desinflada del triciclo, tuve ganas de preguntarle por qué nunca la arreglaba, pero mejor salí en defensa de mi ídolo. ‘No pues, el ‘Pelusa’ fue más grande que el brasileño. Además, él no es sobón de los gobiernos y odia a todos los que abusan del pueblo, como los Estados Unidos’.
No me respondió, pero ella me miró con los ojitos achinados y sonrió. Eso me dio fuerzas para seguir con mi discurso Maradoniano. ‘Además, él hizo el gol más maravilloso de los mundiales. Se llevó a 6 ingleses, lo que nunca hizo el brasileño’.
Don Pancho estaba cansado, creo que cargaba un problema y eso lo había convertido en un tipo sin reacción. Sonrió y mirando a su hija, le dijo. ‘Vamos Carito, en este barrio hay muchos locos’.
Por fin descubría como se llamaba. Como un tema de Leon Gieco y al que conocía hace un tiempo. Toda esa tarde, camino al centro de Lima, camino al concierto de los rockeros de ‘Eutanasia’, me fui entonando el tema: ‘Carito, yo soy tu amigo, me ofrezco árbol, para tu nido’.
Reía solo, creo que alguien me miró, pero no me importaba. Estaba enamorado y cuando uno se siente así, lo que menos interesa es el qué dirán. Uno arma una burbuja donde el futuro es un amigo incondicional que nos dice que todo lo soñado siempre llega, pese a que casi nunca se hace realidad.


Esperaba el fin de semana para volver a disfrutar de sus ojos achinados, que me miraban de reojo, como pidiendo permiso y me regala una sonrisa tímida, casi escapándose de la autoridad de su padre.
Jamás le dirigía la palabra, solo hacía bromas que Don Pancho festejaba de buena gana y ella se tapaba la boca con las manos y soltaba una risa medida.
Así era feliz, por cinco minutos conseguía que mi vida sea completa y cuando la veía ir, observaba que las zapatillas envejecían mucho más cada semana, pero estaban más limpias que la primera vez.
Me ilusionaba y creía que ese cambio era por mí, que ella quería verse linda para este muchacho que jamás la escuchó hablar ni decir una palabra, pero que estaba enamorado de ella.
A veces el miedo es el mejor puente para que llegue el valor. Lo comprobé un fin de semana que Don Pancho apareció con su triciclo y sin compañía. Ese día tuve temor que nunca más vuelva a trabajar al lado de su papá. Entonces, tomé fuerza y solté la interrogante. ‘¿Hoy vino sin asistente?’.
El hombre se acomodó el gorro. Creo que no había dormido bien, porque con su dedo pulgar e índice de su mano derecha, se frotó los párpados y me respondió. ‘Lo que pasa es que Carito había descuidado los estudios por venir conmigo y anda atrasada en los cuadernos y tiene hartos exámenes’.
¿Acaso acompañaba a su papá por verme?. ¿Por amor descuidó sus trabajos?. Me reía y me burlé de mi mismo y de mis alusinaciones. Estaba llenó de fuerzas y me mandé con la repregunta. ‘¿Carito debe ser estudiosa?’.
Me miró, pense que iba a soltar una lisura por mi insolencia, pero se puso triste y comentó. ‘Ella era muy buena estudiante, pero desde que murió su mamá, practicamente se hace cargo de sus dos hermanitos menores. Si viene conmigo es porque recogemos cosas de alguna bodega y se va a prepararles el almuerzo. Eso ha hecho que se descuide de sus tareas mi niña’.
Era otro Don Pancho. No era el hombre gritón, que ponía su cara de autosuficiente cuando conversábamos de negocios.
‘Un día usted y ella serán recompesados por tanto sacrificio’, le dije y se acomodó la gorra, me dio lo de siempre y siguió enpujando su herramienta de trabajo.
La siguente semana llegó con ella. Estaba con unos zapatos negros, típicos de colegio, a medio lustrar. Usaba unas medias plomas y me miró como preocupada. Yo cobardemente no me animé a decirle hola y prepare una broma: ‘Don Pancho, traigo ropa de primera, de mujer. Hasta Carito le va a decir que me pague más’, termine de hablar y la miré. Soltó una sonrisa, se sonrojó y agachó la mirada, jugó con sus dedos y los pasó por el borde del transporte y parecía que lo acariciaba. Su padre me respondió: ‘Oe loco, ella es mi hija y tirará para mí lado’. Carito se rio y su padre metió la mano al bolsillo de su pantalón.
Ya no sabía que decir, pero decidí emprender con mi ataque directamente a la chica de mis sueños. ‘Allí hay una jean que te va a gustar’. Ella abrió los ojos como nunca e inmediatamente miró a su papá.
Me puse nervioso, tuve miedo que se me venga encima el hombre, pero sus palabras me tranquilizaron. ‘Compadrito, ni trates de apoyarte en mi hija, porque así me lo pida, no te voy a dar más de lo que siempre te doy’.
La chica volvió a sonreír y sentí que era un mi regalo. Cuando se alejaron, ella caminaba despacio, descubrí que en su pantorrilla derecha tenía un puntito rojo, como una gotita de sangre y pense que seguro un mosquito le había picado y parecia estar conectada conmigo, porque se inclinó y se dio una palmadita allí y volteó y se encontró con mi mirada y asustada dirigio la mirada a su padre y se fueron.
Toda la semana busqué en casa algo que le pueda gustar a la niña de ojos chinitos y rostro andino. También me gustaba llamarla ‘Mi serranita’. Esos días, mis actitudes me confirmaron que estaba enamorado. Hablaba solo, conversaba conmigo mismo, creaba historias y volvía a la realidad lleno de entusiasmo.
Conpré una coneja de peluche, le colgé un corazoncito que decía: ‘Regálame una mirada’ y lo metí entre la poca ropa que había podido recoger de la casa de algunos amigos y un par de botellas que encontre regresando de la academia.
Cuando él llegó, ya me tenía abriendo la puerta. Ella estaba con el cabello suelto, mojado y comiendo un paquete de galleta. Yo tenía puesto un polo con la cara de César Vallejo y una inscripción abajo: ‘Hay mis buenos amigos… cruel falacia’.
Creo que lo leyó, preferí no mirarla ni prestarle atención. Era mi táctica para que nada delate el regalo camuflado que llevaba para ella.
Don Pancho tenía las manos más sucias que de costumbre, ahora llevaba un gorro rojo con el símbolo de una marca de zapatillas. Le entregué la bolsa negra y él la abrió y al salir el peluche, ella lo tomó sin decir nada, el papa se rió de buena gana y me dijo: ‘Pucha compadre, me traes cosas que ya no voy a poder vender, ella se va agarrar esa coneja’.
Carito tomó la tarjeta, la repasó y por primera vez desde que la conocía, me dijo: ‘¿A quién se la quitaste?’. Mordi mis labios, metí mis manos a los bolsillos de mi pantalón, senti que Vallejo alzaba los ojos tratando de ver mi reacción. No podía decirle que se lo habia comprado, sería delatarme. Nunca fui valiente con las mujeres y en esos tiempos peor. Apelé a una sonrisa y le dije: ‘Es mío, pero no tengo paciencia para cuidarlo, hacerlo dormir y todo eso que se debe hacer con los animalitos. Si quieres lo crías y te mando para su ropa y comida’.
Esperé escuchar una sonora carcajada. Que Don Pancho, como tantas veces ria y diga que estoy loco. Pero solo ví que ella agachó la mirada y él empujó su tranpsporte y estirándome la mano, me dio apurado el dinero y añadió. ‘ya, ya, hay que seguir trabajando’.
Toda la semana,esperé su regreso bastante nervioso, decidí no buscar nada para vender, solo quería cruzarme con él. Presentía que nuestras negociaciones habían llegado a su final.
Parado en la esquina de mi cuadra, lo vi doblar por la calle opuesta. Carito venía con un jean parecido al que yo le vendí, preferi no observar bien si era ese o no. Tenía unos zapatos negros clásicos de colegio, una blusa celeste de manga larga.
A Don Pancho lo noté mas cansado, como aburrido, pero ese silencio, esa seriedad, me daban miedo. Los vi detenerse en mi casa, pero como nadie salía, la mandó para que toque la puerta. Creo que mi hermana le avisó que no estaba y ella regreso junto a él. Otra vez estaba con trenzas. Decidi ir a su encuentro y a cuatro metros, cuando ella me reconoció y el me levanto la mano, lo paré. ‘No tengo nada para negociar’ le dije muy serio.
Creo que ambos se dieron cuenta que estaba desafiante, a la defensiva, porque él cambió su cara y puso una más tierna. Ella me miró toda achinadita y soltó una sonrisa sin mirar a su progenitor. ‘Hoy es el último día que salgo con ayudante. Carito se va a trabajar a una casa de San isidro, cama adentro. Así es loco, ya no tengo fuerzas y no puedo con los gastos de la casa. Por eso aprovecha hijo, sácale el jugo a los estudios’, me dijo el señor con un gesto paternalista que jamás había tenido conmigo.
Me fui con dirección a mi casa, creo que Carito volteó, pero yo no sacaba mi mirada de la puerta de mi casa. Entré, me encerré en mi cuarto. Para esos tiempos, estaba encandilado con un casete llamado ’20 Triunfadoras de José Jose’ y puse la número 12: ‘No me digas que te vas’ y me puse a lagrimear. Ese tema lo tarareaba siempre, camino a clases, viendo a mis amigos del barrio cuando jugaban fulbito. Me alejé de Don Pancho, se cansó de tocar mi puerta y que le digan que no estaba. Cuando avanzaba y sentía su grito lejos, salia y siempre lo veía solo, empujando ese triciclo que me había presentado a un amor que nunca consolidé.


La soñé de muchas maneras, que la encontraba paseando a unos niños en un parque de San isidro, cerca de la casa donde estaba trabajando y yo le decia que deje todo y que nos escapábamos a otra ciudad, luego se quedaba dormida en mi hombro rumbo a una provincia y despertaba y se reía con esa sonrisa que la hacía más chinita, me besaba en los labios y volvía a buscar el sueño sobre mi pecho.
Casi un mes despues me avisaron que Don Pancho no venía por el barrio porque ya no podía caminar, estaba mal de los riñones.
El tiempo siguió, fui dejando de escuchar el tema de Jose Jose, ingresé a la universidad y me hice amigo de un muchacho que gustaba de Leon Gieco y juntos cantábamos ‘Carito’ y la recordaba y sentía nostalgia. Dónde estaría la chica de carita redonda, por dónde andaría con su sonrisa medida, eran las preguntas que me hacía en esos días y sentía que las lágrimas se me escapaban cuando me preguntaba si aún tenía el conejo de peluche que disimuladamente le regalé.
Cuando estaba en los exámenes finales del sexto ciclo, andaba entusiasmado comprando libros de Ernesto Sábato y el chileno José Donoso. Vivía enamorado de esos escritores, pero todo se me había complicado con los cursos. Tenía el temor fundado de no pasar al siguiente semestre y eso me hacía llegar tarde a casa, porque no quería encontrarme con mi ‘viejo’, que me presionaba para que busque un trabajo estable y solvente mi carrera.
La semana de las pruebas finales, sabía que no iba a salir airoso. Mal en la materia ‘Nuevo Periodismo’, comprendía que era el resultado de tantas noches de bohemia, creyendo que con una botella de trago en el medio, podíamos cambiar el mundo.
Nervioso, hasta angustiado, me senté en una mesa vieja del restaurante que estaba al costado de la Facultad de Derecho. Eran las dos de la tarde, algunos alumnos leían mientras comían, la vieja rockola estaba en silencio y recordé que muchas noches me paraba al costado de ella, buscaba una canción, le echaba una moneda y cantaba a todo pulmón.
Pero ahora una gaseosa helada me acompañaba, estaba aburrido, esperando que pasen las dos horas y dar otro bendito examen para intentar la hazaña de seguir avanzando en la universidad.
Ojeaba un diario por el lado de la sección deportiva. Revisaba la tabla de colocaciones del campeonato nacional, cuando sentí una voz que más parecía un ruego. ‘¿Me compras por favor?. Colabórame, no seas malito’.
Levante la mirada, listo para decir que no podía, como casi siempre lo hacía y hasta ahora lo hago con los vendedores ambulantes que se acercan a perdirme apoyo.
Era una mujer, lo reconoci por el timbre de su voz. Lo primero que vi fue su abdomen crecido, que parecía romper un polo blanco y sucio que tenía estampado el logo de una marca de leche. Cerca de su barriga, la carita de su hijo asomaba sucia y con la mejilla registrando unos surcos dejados por el correr de una lágrima y me imaginé que había llorado de hambre. Llevaba puesto una chompa remangada, como confirmado que no era su talla y por necesidad había tenido que usarla. Las manos de la mujer pusieron cinco caramelos de limón cerca de mi botella. Sus uñas estaban con tierra y la pintura se iba cayendo.
Sus senos caidos no le daban ningún atractivo y fue entonces que decidí explorar su rostro. Estaba mirándome sin temores, como queriendo ser coqueta para convencerme que podía hacer el mejor negocio del mundo si le compraba su producto. Estaba achinadita, con la cara redonda, con dos trenzas que la hacian mas joven de lo que realmente era. Sudaba y me regaló una sonrisa. Entonces sentí el corazón agitado, se limpió el sudor de sus labios y me tuteó: ‘Cómprame, no seas malo’.
Era ella, la niña de Don Pancho, la tierna y bella chica que me enamoré y de la que nunca supe más. Era Carito. Tomé los caramelos, ella me agregó ‘Los cinco te salen a ..’, no deje que terminara y le puse dos monedas. Me olvide de mis nervios y le hablé con la voz temblorosa: ‘Carito, ¿no te acuerdas de mí?’.
Se achinó como aquella vez que vio el peluche, tomo con fuerza de la mano a su hijito y mientras se alejaba, me dijo: ‘Chau - y señalando a su niño agregó - su primer juguete fue tu coneja’ y empezó a caminar. Con el corazón agitado, me atreví a más. ‘No te vayas’.
Volteó con esa frescura que sus pocos años le daban a cada movimiento de su cuerpo pese al tiempo transcurrido y la grasa acumulada. ‘Debo seguir trabajando, sino cómo compro la leche del bebe’ y se fue del lugar.
Me senté, todavía podía darle un sorbo a la botella de gaseosa. Me pare, metí mi mano al bolsillo y me acerqué a la rockola. Miré a todos lados, nadie se había percatado de mi diálogo con esa chica que fue mi adoración de adolescente y ahora era una señora con urgencias para mantener a su hijo. Sequé la lágrima que escapaba de mi párpado izquierdo. Busqué entre las canciones para escoger una y se me nublo el otro ojo. Decidí calmarme, maldije mi poca osadía de salir corriendo a buscarla y por fin encontre el tema. ‘No me digas que te vas’ de Jose José.
Regresé tarareando la primera estrofa y al sentarme, tome la botella y mientras me la llevaba a la boca, le di toda la razon del mundo a Diego. Yo andaba preocupado por aprobar unos exámenes y ella estaba desesperada por conseguir alimento para su niño y esa era su lucha cada 24 horas. Como dijo Maradona: ‘Presion la tiene el que sale a buscar dinero para poder comer y no sabe si la conseguirá’. ¡Qué gran verdad!.

lunes, 31 de agosto de 2009

Maradona, política, dictadura y amor

Lo que nunca le perdonaron ni le perdonarán a Diego Maradona es que se atrevió a opinar de todo. Por ser futbolista, jamás se detuvo a soltar un comentario de música, economía o política. Lejos de hablar solo de la pelota, el Genio tocó todos los temas. Amigo de Fidel Castro, se pronunció sobre los años que tiene en el poder uno de los ‘Barbones’ más famosos de la historia. ‘Toda Dictadura es mala, perjudicial, de eso no tengo dudas, pero en Cuba veo un pueblo con todas las necesidad básicas cubiertas y pueden ser profesionales sin faltarle comida ni desarrollo intelectual. He comprobado como él se preocupa por su gente, no como otros que asesinan a los opositores y desaparecen estudiantes, descuartizan obreros’.En el año que Alberto Fujimori planeaba su segunda reelección, ella entró a practicar al ‘Ministerio de Economía’. Yo la conocía por que siempre la veía llegar apurada cerca de las 7 de la noche. Me ubicaba en el busto a César Vallejo que está en la entrada de la Facultad de Letras y casi mirando mi reloj, sabía que era inconfundible su aparición. Le encantaba usar pantalones de vestir, unos tacos pequeños, blusas de mangas largas, ceñidas a su cuerpo y una chompa que siempre llevaba abierta. Tenía cuatro pantalones, un azul, otro negro, también un beige y uno rosado que era el que más me gustaba e impactaba. Apenas dos jeans, azulino y celeste, y un par de zapatillas Power de color blanco.Creo que tenía buen carácter, siempre la veía irse por las noches acompañada de dos amigas, un gordita habladora que la hacía reír. Solo un viernes en la noche la vi pasar apurada, sola y muy seria. Por esos tiempos, yo había decidido llevar dos cursos en el ciclo. En las mañanas trabaja en una revista de policiales que no tuvo trascendencia en el periodismo limeño, pero yo era muy feliz recorriendo comisarías y buscando entrevistar asesinos, mafiosos y transcribir crónicas que me dejaban satisfecho. Abandonaba la redacción a las 5 y 30 y partía a la ‘Ciudad Universitaria’ a sentarme en ese lugar que era como mi oficina.Una tarde, con un fotógrafo del trabajo acordamos ir a un mitin d eprotesta contra el gobierno. Sentados en medio del parque, vimos como iban llegando los estudiantes con sus gritos contra el gobierno. Una delegación de la universidad donde estudiaba hizo su ingreso por el boulevard de Quilca, por el costado del cine ‘Colón’ y en medio de todos, estaba ella. Allí, con su mano llena de pulseras, un polo que tenía pintada la frase ¡Abajo ‘Chinochet’!. Comparando al primer gobernante con el chileno Augusto Pinochet.Estaba totalmente cambiada, sin la ropa que yo conocía de memoria. Un jean con roturas a la altura de su rodilla, una vincha que levantaba su cabello, unas zapatillas ‘Old Star’ azul y con la cara llena de esa furia que jamás le había visto.Gritaban sin parar y a ella le saltaban las venas de su cuello. Estaba con la gordita de siempre, aunque a su lado estaba una chica muy delgada de cabello castaño y un tipo con cara de palomilla, con un jean celeste y unas zapatillas Adidas negras. Tenía una mochila con un parche del ‘Che’ Guevara y usaba un polo con la inscripción de ‘Metallica’. Le habló a ella y le arrancó una carcajada. Lo odié al tipo y ella me pareció mucho más linda que en la universidad.Junto a mi amigo, me fui metiendo más al medio, al fondo se escuchaba un megáfono que anunciaba la llegada de las distintas delegaciones de pueblo que venía a protestar para que se venga abajo el gobierno.Pasé por entre las madres de los chicos desaparecidos de la ‘Cantuta’. Las vi tan tristes, pero con la cara llena de esperanza de encontrar justicia, que sentí impotencia. Seguí avanzando y mi amigo me susurró al oído: ‘Nos estamos metiendo muy al medio. Si los ‘tombos’ meten una bomba lacrimógena, nos jodemos’. Le respondí con una sonrisa y seguí avanzando. Me puse al costado del muchacho que la hacía reír y empezaron los gritos: ‘A ver, a ver, quien lleva la batuta, el pueblo organizado o el gobierno hijo de puta’. La miraba sorprendido como se transformaba, lo chillona de su voz y la rabia con que lo decía. Fue en el cuarto lema, que me miró y me dijo imperativamente. ‘Ey compañero, tienes que gritar, no pareces Sanmarquino’.Al día siguiente, como todas las tardes pasó, otra vez con el pantalón de vestir y su blusa manga larga. Me vio y se acercó: ‘Hola, el gobierno está fuerte, no hay que aflojar con la protesta’, fue lo primero que me comentó.La vi de pie, descubrí un lunar debajo de su oreja izquierda y tomé aire. ‘Hay que seguir, ahora es cuando más debemos estar unidos. Pero acá nadie se preocupa, porque todos siguen estudiando como si el futuro estuviera clarito. Creen que ser profesionales los librará de cualquier caos que ocurra en el país’. Me miró, le gustó mi comentario y me dijo. ‘¿Estudias en esta facultad?’.Desde ese bendito día, pasaba, me levantaba la mano y sus amigas también lo hacían. Nueve días después se acercó, me dio un beso en la mejilla y me dijo: ‘Mañana hay otra marcha, saldrán de la puerta de la Universidad Católica’. Será a las 5 pm, no sé si llegaré. ‘¿Trabajas?’ y empecé a caminar como saliendo de la ‘Ciudad’ y ella siguió. Esa noche me comentó sobre sus prácticas en esa entidad del estado, también de sus gustos por la ‘Nueva Trova’. Llenó de elogios a Silvio Rodríguez y cantamos un par de canciones. Sonrió de mi voz y aseguró que cantaba horrible. Me llamó la atención por no llevar todos los cursos, me advirtió que eso me iba a perjudicar y yo le hablaba de los delincuentes con quienes conversaba y entrevistaba. Le dije que me encantaba el rock subterraneo y le cantaba las letras, que para mí, eran contestatarias y para ella eran de antisociales. Todas las noches salíamos juntos a tomar el micro. Me contó que el muchacho que tanto la hacía reír en el Mitin ya no se acercaba más porque pretendió algo más que una buena amistad y por eso dejaron de frecuentarse. Sentí felicidad y entendí que saboreaba mi primer triunfo.La tan promocionada marcha había llegado, yo la esperaba a media cuadra de la puerta donde se concentraban los muchachos. Varios chicos y chicas de la universidad estaban rondando, un amigo me saludó, peor me hice el indiferente y apenas si le levanté la mano. Mi fotógrafo, porque fui con él para justificar mi salida de la revista, comía una paquete de galletas. Me quiso invitar una, pero le dije que no deseaba. Miraba para todos lados y apareció ella, con un bolso tejido, unas sandalias rosadas y un pantalón beig. Primera vez que miraba sus pies, la uña de su dedo meñique estaba muy recortada. Brillaban, pero era un color natural, nada escandaloso.Se acercó y medio un beso en la mejilla, sentí la suavidad de sus labios y la miré: ‘Estás toda guerreraza’ le comenté. Volvió a sonreír y me dio la mano: ‘Apúrate loco, que estamos muy apartados del grupo’. Me dejé llevar unos tres metros, entonces paré. El fotógrafo de la revista se acercó, lo presenté y le dije: ‘Ya sabes, cubre todo lo que pase, luego te vas a la revista y yo mañana llego a escribir todo’. Me miró y movió su cabeza aceptando mi sugerencia.Me paré a su lado y pude comprobar que era unos centímetros más baja que yo. Me encantaban sus pies y los volví a mirar. Sacó el derecho y lo pasó por su pantorrilla izquierda y me encanto. Despertó mi morbo y decidí explorar su anatomía. El pantalón pegadito dejada traslucir los bordes de su trusa y soñé con ella. Sus brazos me gustaron, inspeccionaba su senos con mis ojos, cuando ella me descubrió. No supe que decir, creo que la sangre invadió mi rostro, sentía que mi cara se incendiaba y ella me tranquilizó. ‘Una cuadra más abajo, hay un grafitis extraordinario. Lo han hecho parafraseando con el tema ‘Te doy una Canción’ de Silvio Rodríguez’. Lo recordé de inmediato y canté. ‘Como gasto papeles recordándote, como me haces hablar en el silencio…’ y fue cuando me interrumpió. ‘Esa parte, pero la han cambiado por ‘Democracia, como gasto paredes recordándote’.





Me emocioné y fue cuando le vi que un cabello se había metido entre su boca y se lo quité con delicadeza y le comenté. ‘Me hubiera encantado saber tocar guitarra, tampoco me animé a aprender y eso que caminé con gente que si sabía. Pero bueno, igual te diré algo de una canción que me gusta mucho: ‘Ayer no salió la luna, eras tú’. Me miró con atención, como si quisiera leer mi mente o mis ojos. Y entonces traté de salir de ese momento y apelé a una broma. ‘No digas nada, la revolución no da tiempo para los elogios’ y ella rió y su frente se arrugó y respondió. ‘Pero sí para el amor’ y nos fuimos a unirnos al grupo que ya empezaban con sus arengas contra el Dictador.Sudados y extenuados caminábamos por la avenida La Colmena rumbo a casa. Había sido una jornada muy larga y agotadora. Miré sus pies y soñé con llegar a casa y echarla en la cama, traer agua tibia y lavárselos mientras le hacía unos masajes. Ella me miró y preguntó: ‘¿Te gustan mis pies?. Como lo miras tanto’. Ensayé una mentira. ‘Es que son graciosos, delgaditos, pequeños, parecen de una niñita’, mentí, porque esos pies me atraían por sensuales.Nos detuvimos en una esquina para dejar pasar un auto rojo y se paró delante de mí. Un policía se paró al costado y la miró descaradamente. Lo miré con rabia y se dio cuenta y soltó una risa burlona. Ella se percató, me tomó del brazo y apoyó su cara en mi hombro. El hombre de verde la miró y ella mirándolo se dirigió a mí: ‘Crucemos amor’.
No creo que haya creído que era su enamorado, pero m sentí bien. Avanzamos y el ‘enemigo’ se había quedado al otro lado, estático, mirándome y con la risita burlona. Fue cuando escuché su voz más tierna que nunca. ‘Perdóname, pero tenía que decir eso para que deje de mirarme como lo hacía’. Sentí deseos de decirle que estaba bien, es más, si deseaba ‘mentir’ de esa manera otra vez, yo me ofrecía sin problemas.
Seguimos avanzando y una puta ofrecía su cuerpo en jirón Cailloma. La mujer de unos 46 años, minifalda negra exageradamente corta y con los labios pintados de una manera escandalosa, me regaló una mirada que seguro consideraba muy coqueta y ella se dio cuenta y sonrió. ‘Si no estoy acá, te rapta’ y se prendió de mi brazo.
Dos días dejé de verla. Nada de llamadas ni mensajes en los correos. Metido en mi trabajo, buscando una exclusiva con una pandilla de Villa María del Triunfo, que habían matado a un vigilante del hospital ‘María Auxiliadora’, recibí su llamada. ‘No me has buscado, mira que se viene la protesta final. Todo esta listo para que lo reeligan al ‘asesino’ y se van a intensificar las marchas. Tenemos que vernos, en la noche paso por tu ‘oficina’ que tienes en la entrada de la Facultad’ y me dejó su sonrisa.
Para mi fu un orgullo que la secretaria de la revista diga a todos. ‘Acaba de llamar su chica, que linda voz tiene’.
Esa noche, la vi más bella que nunca. Subimos al micro y me contó de los que trabajaban con ella en el Ministerio. Conocí a Doña Martha, me habló maravillas de la señora, que tenía un esposo abogado y dos hijos. Que uno estaba por terminar el colegio y le había pedido estudiar periodismo. También me comentó de Giuliana, la chica con que la que casi almorzaba todos los días, que eran buenas amigas, pero ella estaba a favor del gobierno y por eso la andaba evitando los últimos días.
La observaba con amor, creo que lo sentía. Me daban ganas de tocar su cabello y para hacerlo y no ser rechazado, le daba palmaditas en la cabeza y ella siempre me regalaba una sonrisa. Cuando me hablaba de un tal Roberto, que trabajaba en Tesorería, al lado de su oficina, sentí celos, mucho más cuando me contó que siempre le traía una barrita de chocolate. Pero me tranquilizó cuando agregó a su comentario. ‘es bien lindo, pero no me gusta. Habla de todo, menos de cosas interesantes’.
Tomé valor, el carro estaba lleno y me apuré a tratar de decir un piropo de esos que siempre soñé decir pero que jamás me anima a hacerlo. ‘Pareces una niñita contando como te fue en el colegio y yo parezco tu papá que te escucha atento. Si un día tengo la dicha de tener una hija, te juro que me encantaría que sea como tú’. Creo que iba a decir algo, peor no se lo permití, porque sobre el final de mi fase, inicié otra. ‘Luchadora, que sueñe con un mundo distinto, que le guste los chicos que hablen cosas interesantes, que se recoja el cabello, también que tenga tu rostro, pero sobretodo tu nariz, que me encanta’.
Una semana después de mi piropos tuve que viajar a Piura en busca de un maldita banda de narcotraficantes que habían caído y como tantas veces, debería ingresar como visitante a la cárcel y entrevistarlos.
Ni bien regresé a la redacción, llamé a su trabajo y me respondió: ‘Ni una llamada de Piura. No entiendo como puedes desconectarte cuando las cosas están cada vez más difíciles. Esta noche encontrémonos frente a la embajada Argentina, no quiero ir a la Universidad. ¿Tú sí?’.
Sentados en la plazuelita, frente a ese pedazo territorio que tienen los argentinos en nuestro país, comimos galleta y una botella de frugos cada uno. Hablamos de música, cantamos el tema Fernando Ubiergo ‘Yo pienso en ti’, a pedido mío obviamente. Jugamos a mirar a los transeúntes y alucinar con los problemas que podían tener cada uno de ellos. Me pellizcó cuando le bromee sobre su nariz. Le hice cosquillas cuando se burló de uno de mis ídolos ‘José María Arguedas’. Así pasamos casi toda la noche, sin importarnos el tiempo ni los peligros. En un momento se puso triste, su rostro tomó una seriedad que no había visto y me miró a los ojos. ‘La otra semana se decide todo. No entiendo como la gente puede seguir creyendo en ese hombre que desaparece estudiantes, obreros y todos los que se opongan a sus ideas’. La tranquilicé, trate de explicarle que no todo estaba perdido, me acordé de una canción que decía ‘Cuando estés mal, cuando estés sola, cuando ya estés cansada de llorar, no te olvides de mí porque sé que te puedo estimular’ pero creo que no era el momento de cantar, aunque seguro que reiría. Me puse serio, era el momento de ser un hombre de verdad que cuide a su amada, a la futura esposa y entonces la tomé de los hombros, la miré a los ojos, recordé el tema ‘Muchacha ojos de papel a donde vas, quédate aquí hasta el alba’, quise decirle algo lindo, pero estaba trabado. Pensé besar su frente, porque creo que esa es la máxima expresión de ternura, pero no me animé y fue cuando me di cuenta que no tenía nada listo en mi cerebro para este momento y fue cuando la pegué a mi cuerpo, pase mi mano por toda su cabeza y solo le dije: ‘Vamos a ganar, la gente no puede ser tan cojuda,, tan mierda. Vamos a ganar porque quiero tener hijos y que sean libres para pensar, seguros para soñar, sin que nadie les interrumpa sus ideales’.
Ella me miró sorprendida. ‘¿Tienes novia y no me lo habías dicho?, ¿te vas a casar y yo ni enterada?’.
Entonces reí, pero ella seguía seria. Fue cuando le volví a pasar mi mano sobre su cabello, con suavidad y respondí. ‘En el futuro, seguro encontrare un ‘revolucionaria’ que me ame y tendremos nuestros retoños y quiero que vengan en Democracia’. Ella movió la cabeza y respaldó mi idea. ‘Tienes mucha razón, por ellos es que no podemos parar’.
¿Por ellos?. Esta chica me había leído el pensamiento o el amor me hacía imaginar lo que no existía. Su comentario parecía decir que mis hijos iban a ser los suyos y mi cabeza pensó mil cosas y recordé a Don Mario Benedetti: ‘En resumen, estoy jodido y viceversa’.
El domingo, día de las elecciones, como era de esperarse, fuimos juntos a votar. Iríamos primero al colegio donde ella tenía que sufragar y luego al mío. La esperé en el kiosko de periódico que estaba ubicado a dos cuadras de su casa. Leí las portadas de los diarios, solo uno titulaba ‘Hoy se termina la Dictadura’, pero los demás solo mencionaban lo de siempre. ‘Todos a votar por el Perú’.
Estaba mirando la contraportada de una revista deportiva cuando sentí su dedo sobre mi hombre. ‘Ya llegué’ escuché su voz, volteé de inmediato y la vi, con la sonrisa cubriéndole el rostro, con esa vincha que la hacia bella, con el cabello mojado y le dije con todo el amor del mundo. ‘Hola Democracia’. Me miró con ternura, los ojos le brillaron y solo comentó. ‘Ojalá ganemos’.
Todo fue muy rápido, nos sentamos juntos en la combi y veíamos a la gente subir apurada. Ella no comentaba nada, yo iba con la mirada baja y veía sus manos, sus uñas sin pintar y esta vez solo tenía una pulserita con los colores del ‘Tawantisuyo’.
Se dio cuenta y me miró riendo. Aproveché para tomar su muñeca y acariciar el tejido. Reí y le acaricie su cabeza. Como tantas veces, ella se dejó llevar por mi mano y soltó su risa más calmada. Estaba tranquila, ni ansiedad ni amargura invadía su espíritu. Esperaba con calma el desenlace.
Llegamos al colegio donde iba a dejar su voto, había una cola larga, que avanzaba lenta y entonces la acompañé, conversamos un poco y aproveché para decirle que mejor iba donde me tocaba sufragar, que era muy cerca de allí, y después, nos encontrábamos en la puerta. Apure el pasó, un carro me tocó el claxon y creo que el chofer me mentó la madre. Allí me di cuenta que imprudentemente había cruzado la pista.
De regreso, le invité una papa rellena que vendía una señora con un polo naranja, igual al color que utilizaba el partido de gobierno. Ella quiso que busquemos otra vendedora, pero le dije como le diría un padre a su hija cuando le inventa una mentira piadosa para que coma toda su comida. ‘Déjala, así le enseñamos como somos los demócratas’.
Avanzamos hablando de música, del cine y me salió con algo que me sorprendió: ‘Me encanta ‘Chacalón’. Te voy a prestar el CD y préstale atención, es un sociólogo de los cerros’. La miraba admirado, su belleza, sus comentarios, sus historias y su lucha me tenían cautivado.
Cerca de su casa, como siempre, me despedí en el ‘Kiosko’ de periódico y aproveché para darle un beso en su mejilla. Antes de irme, le solté una pastilla para su moral. ‘Ni bien cae el tirano, te llamo’.
Cerca de las cuatro de la tarde, cuando ya todo estaba por terminar, prendí el televisor y escuché el flash a boca de urna. ‘Alejandro Toledo 48 %, Alberto Fujimori 42 %’. Apreté mi puño derecho con fuerza. Me senté para escuchar a los analistas, pero todo se hizo oscuro en un instante. En un canal ‘El Chavo del 8’ salía al aire cuando el país estaba pendiente del futuro político, en otro una serie de dibujos animados cubría la pantalla. La Dictadura otra vez había estirado sus tentáculos. En la noche, cerca de las 9 pm, el candidato oficial estaba adelante y habría segunda vuelta.
La semana siguiente ni me aparecí en la universidad, con ella hablábamos bien tarde, porque yo pedí trabajar de amanecida en la revista, buscar desgracias en la madrugada y antes de salir a mis comisiones, la timbraba a su casa y siempre era lo mismo: ‘renegar, perder las esperanzas’ y un ‘hasta mañana’ muy triste.
Habíamos perdido el entusiasmo, nuestra gran guerra había terminado de la peor manera y ni ella ni yo podíamos vernos. Mirarnos a la cara era recordarnos mutuamente que un hombre nos había destruido las ilusiones. Juntarnos solo serviría para maldecir al mundo y a cada uno de los que estén cerca considerarlos ineptos, incapaces por haber permitido que el ‘Chino’ siga en el poder.
La bendita Segunda vuelta estaba anunciada para la primera semana de junio, faltaba mes y medio y nuestras comunicaciones habían mejorado. Yo había abandonado definitivamente la universidad y ella estaba metida en sus estudios. Todos los días, a las11 pm la llamaba al número de su casa y reíamos. Entonces aprendí a contarle anécdotas del trabajo, de los policías que nos llamaban y todo para que su nombre salga en las crónicas. A veces la sentía triste, como desesperada porque el gobierno seguía haciendo lo que se le venía en gana. Entonces le hablaba de un cantante, de un trovador y le cantaba. ‘Yo no te pido que bajes una estrella azul, solo te pido que mi espacio llenes con tu luz’.
Una noche la llamé y no estaba, intenté a su celular y estaba apagado. Sentí temor, después celos, pero me calmé, aunque no salí de la redacción ese día. Cerca de las 2 y 30 am sonó el teléfono del trabajo. Levanté el fono y era ella: ‘Perdóname, era cumpleaños de mi amiga Elsa, todos nos fuimos a celebrar un rato. Todo fue tan rápido que no te pude llamar, pero no vuelvo a salir sin avisarte’. No me dio bronca, tampoco me sentí poderoso, solo feliz, como si fuera mi chica y contándome lo que hizo. Entonces, no quise arriesgar y le cambie el tema. ‘Duerme, debes estar cansada, debo salir, parece que hay un choque por la avenida Arequipa. Ya estoy tranquilo, porque ya estas en casa sana y salva’.
Una semana antes de la bendita Segunda vuelta, era inevitable hablar del tema. Alejandro Toledo, líder de la oposición, había anunciado su renuncia y fue ella quien me daba el dato. ‘Me han dicho que después de esa mentira que van hacer, la gente se reunirá en Plaza San Martín para burlarse de la farsa’.
Y fue así. Llegamos frente al hotel ‘Bolívar’. Eran cerca de las 7 de la noche y se anunciaba que Alberto Fujimori sería presidente por tercera vez con 75 por ciento de los votos.
La gente gritaba, saltaba y cerca de las 10 pm, anunciaban que por ‘Plaza Mayor’ bajaba un escuadrón de policías rompemanifestaciones. La tomé de la mano, le hice un gesto para apurarnos e iba adelante, sin soltarla y abriendo paso. Ella no decía nada y yo aprovechaba a pasar la punta de mi dedo índice por la yema de algunos de sus dedos. Pese a que ya estábamos lejos de la manifestación, no la solté y subimos a la combi. Recién, ya sentados en el vehículo, hablamos del día que nos tocó vivir.
Cuando bajamos, otra vez le dije ese apodo como me encantaba. ‘Bueno Democracia, hoy si te llevo hasta tu casas. Es tarde y domingo hay poca gente en la calle, esta todo muy solitario’. Ella me respondió con sarcasmo. ‘Si, porque en el Perú nadie tiene fuerza para defender la democracia, pero si para hacer el mal’. Cruzamos el parque y antes de cruzar la pista, como siempre le di un beso en su mejilla y acariciar su cabello.
Durante el resto del mes, apenas si nos vimos una vez. Fue para ir al centro cultural de España. Rafo Ráez se presentaba y con ella quedamos en encontramos frente al mismo local. Llegó bellísima. Tenía un pantalón plomo, un saquito del mismo tono del pantalón, un polo blanco y unos zapatos negros de taco chato. Ni bien me saludó, acomodó mi cabello y me preguntó por qué no me había peinado.
Gritamos, saltamos, aplaudimos sus indirectas al gobierno y como la última vez, la tomé de la mano para salir de allí y hasta el paradero no la solté.
Eran mis triunfos morales, mis alegrías infinitas. Creo que por miedo a que se acabe esa magia, evitaba verla más seguido. Siempre por teléfono, haciéndola reír y cantándole alguna canción romántica.
El día que el ‘Chino’ iba a asumir la presidencia, decidimos salir a almorzar. Ella llevaba un polo plomo con la caricatura de Jean Paul Sastre, en la espalda tenía la inscripción ‘Prohibido prohibir’. Un jean azul y unos zapatos negros. Me encantaba verla así, lejos de su ropa informal con que iba a su oficina. O mejor dicho, así me gustaba mucho más.
Nos enteramos por televisión de las revueltas de la oposición en la marcha de los ‘Cuatro Suyos’. Detenciones, abusos policiales y el rostro del oriental riendo, era todo lo que se veía en la pantalla.
Llegando a su casa, la dejé frente a su puerta, en el parque y yo sin cruzar la pista. La vi entrar y me percaté que la basta del jean se le había ensuciado.
Fue un mes duro, sin verla en casi 20 días. Había comprado un equipo de música a plazos, también había regresado al horario de día en la revista. Apenas si la llamaba al trabajo por unos minutos, porque teníamos miedo que su teléfono esté intervenido y la despidan. En las noches, la llamaba de un teléfono público de la esquina y luego regresaba a mi cuarto, me quedaba hasta las 2 de la mañana escuchando unos cd que compraba en Quilca.
Solo a fin de mes, quedamos en ir a escuchar al grupo ‘Del Pueblo’. Llegamos tarde, porque ella me esperó en la recepción de la revista. Casi media hora después que me avisaron que estaba en la recepción, pude salir. Llevaba una casaca de cuero negra, un jean que se notaba, recién se había comprado, unos zapatos negros que yo decía que eran del ‘Chavo’ y la risa de siempre. Nos fuimos caminando hasta el local y en el camino se desató su pasador y me agaché a amarrarlo y la gente me miraba y yo era feliz, sin importarme lo que digan cualquiera de esos imbéciles, que en su mayoría seguían haciendo su vida como si el país no tuviera problemas.
Ese día reímos mucho con las ocurrencias de Piero Bustos, el cantante del grupo. Saltamos, sudamos, tomamos dos jarras de cerveza y gritamos como niños ‘Y va caer, y va caer, la dictadura va a caer’. No creíamos que eso suceda pero nos servía para limpiar el alma.
Como era costumbre, la tomé de la mano a la hora de salir del local y así nos fuimos hasta la avenida a tomar el taxi. Nos costó media hora encontrar un chofer que nos quiera llevar hasta el barrio.
Pero esa noche todo fue diferente, porque jamás solté su mano y cuando subimos al carro, la dejé que se acomode y uno vez sentados, la volví a tomar, pero entrelacé mis dedos con los suyos y así llegamos hasta su casa. Ella, preocupada, me dijo que la deje y que siga en el mismo auto hasta mi hogar. Cuando bajó, me miró a los ojos, sonrió y después de mirarme un segundo, besó mi mejilla.
No nos comunicamos dos días, pero fue a mitad de semana que la llamé y me avisó que estaba en exámenes y yo le hablé que el viernes viajaba a Chiclayo, porque mi equipo de fútbol jugaba allá y quería acompañarlo como un hincha fanático que era.
De regreso hablamos mucho, de mi pasión por mi club, de mis ganas de un día convertirme en un gran escritor y esos sueños por publicar un libro. Ella me habló que se iba a quedar contratada en el Ministerio, pero que ella soñaba algún día en una empresa financiera y que no le gustaba el fútbol y que Diego Maradona le parecía un patán y fumón, pero que si yo lo quería no volvería a hablar mal de él por respeto a mí.
Reímos de buena gana y ella soltó un comentario positivo ‘Ojalá todo sea indo para ambos, creo que todo no pueden ser derrotas’ y preferí no añadir más porque volveríamos al eterno tema de nuestro fracaso por derrotar a la dictadura.
Todo iba pasando muy rápido, Fito Páez eras mi eterno en mi equipo de sonido compañero y un jueves 14 de Septiembre, un rumor llegaba a los oídos de todo el país. La oposición iba a presentar un video que iba a traer abajo el gobierno. No quise tomarlo en cuenta, porque no quería generar falsas expectativas en mí y mucho menos llamarla, porque no deseaba emocionarla con cosas que solo eran chismes, porque sabía como sufría con ese tema.
Cerca de las cinco de la tarde, todos gritaban que pongan al canal 8 del cable.
Mientras un reportero avisaba que en breves minutos se iba a revelar todo el misterio, fui armando mi crónica.
Hasta que salieron los políticos opositores. Los vi aparecer con el rostro lleno de optimismo, mi corazón latía como aquella vez que ella me tomó del brazo y delante de ese policía me pidió que avanzara.
Mostraron el video: Vladimiro Montesinos, asesor y director del Servicio de Inteligencia, responsable de muertes y desapariciones, recibía en su salita de su oficina y le entregaba 15 mil dólares al Congresista Alberto Kouri, para que abandone su bancada y sen integre al del partido de gobierno.
Era un golpe contundente. Timbro el anexo de mi sección, mi amiga Tatiana respondió y me dijo: ‘Te llama tu flaca’, pero ni lo tomé en cuenta. Ni bien dije ¿aló?, ella me interrogó con voz esperanzada esperanzada. ¿Y ahora que va a pasar?. ‘No lo sé’, le dije, ‘pero esto lo mueve al gobierno, varios van a tener que renunciar y seguro lo hace tambalear a este maldito’.
Recuerdo que me dijo que se iba a la Universidad, le pedí que tenga cuidado porque debe estar todo muy movido y le agregué que tenía que entrevista a un asesino que estaba en la comisaría de Apolo, pero en la noche, porque el Comisario recién esa hora podía dejarme entrar. Le mentí, la verdad que todos decían para ir a tomar unos tragos al ‘Queirolo’ y analizar el futuro político del Perú y yo quería estar allí.
Al día siguiente hablamos a la hora del almuerzo. Había llevado su comida y yo en mi oficina, producto de la resaca, apenas si tomaba un jugo de papaya con hielo.
En la noche me metí a la cama y agradecí que al día siguiente fuera sábado.
Cuando desperté, eran cerca de las 11 de la mañana. Busqué agua helada en la refrigeradora y tomé un vaso. Puse un disco de Andrés Calamaro, de sus tiempos en que cantaba en ‘Los Rodríguez’. Echado en la cama, traté de leer una revista ‘El Gráfico’ de Argentina pero me ganó el cansancio y me volví a quedar dormido. Almorcé a las cuatro de la tarde mientras veía televisión, puse Canal ‘N’ y allí se anunciaba que en la noche iba a hablar el Presidente. Me pareció extraño y la llamé, pero su mamá me avisó que había salido y me volví a meter en el cuarto. Con aires renovados, busqué un disco de Víctor Jara, regalo de Tatiana cuando regresó de Chile, lo puse y cuando sonó el tema ‘Venceremos’, lo canté como un militante de izquierda. Cerca de las 7 y 30 me llamó: ‘Dicen que va hablar el asesino’ fue lo primero que me comentó, y le respondí que sería bueno verlo y escucharlo. Entonces ella me dijo que sí y que hablaríamos después de su discurso.
Decidí entrar a la ducha y cuando me estaba secado el cuerpo, en la televisión se escuchaba la voz del tirano. Salí apurado y vi a toda mi familia frente al televisor. Me paré al costado de mi hermana y el hombre que odiábamos tenía el rostro cansado, derrotado y anunciaba de manera categórica que desde ese instante iba a ser desintegrado el SIN (Servicio de Inteligencia Nacional) y que al siguiente año llamaría a elecciones y él ya no sería candidato. De inmediato sonó el teléfono de la sala y corrí a levantar el fono. Era ella, a la que no veía su cara pero estaba seguro que tenía esa sonrisa que me atrapó desde la primera vez que la: ‘Ven, ven a buscarme a la casa’ y colgó.
Salí lo más rápido posible, casi corrí y entrando al parque me di cuenta que jamás había tocado su puerta y me sentí nervioso, pero me convencí que tenía que hacerlo. A dos metros se abrió y cuando iba a preparar la frase: ‘Por favor, le podría…’, dejé de pensar en eso porque era ella quien salió. Estaba despeinada, con sus zapatillas Old Star’ ya gastadas y comprendí que había pasado bastante tiempo desde que la conocí y me fui enamorando.
Corrió hacia mí, me abrazó llena de euforia y entonces le dije con toda la emoción que sentía: ‘Hola Democracia’ y ella me besó en mi mejilla y reía y reía, entonces acaricié su rostro y repetí ‘Hola Democracia’ y ella me besó en la otra mejilla y yo la tomé de su cabeza y ella me miró riendo e intrigada. No me sacaba la mirada y fue cuando le canté: ‘Y ya cayó, y ya cayó, la Dictadura ya cayó’ y nos besamos en los labios. Con fuerza, como queriendo que en ese beso se vaya todos los días llenos de decepción. Era una forma de decirnos mutuamente gracias por la justicia que había aparecido’ y se separó y sentí que sus labios me daban vida, era una fuente inagotable de alegrías y pensé en Tatiana, que ahora si tendría que decir con razón ‘te llama tu flaca’.
‘Tengo que estudiar, es bastante, no puedo quedarme más tiempo, solo te llamé para festejar un instante’.
No sé que significaba eso. Si me estaba diciendo que el beso solo era por la emoción del momento o acaso mi miedo me sembraba dudas que no existían.
Le di un piquito y sonriendo le solté un suave: ‘Chau’.
Ya le había dado la espalda, cuando escuché su voz. ‘Amor, llámame cuando estés en tu casa para saber que llegaste bien y mañana temprano hablamos para ver a que hora nos vemos en la tarde. Porque a partir de ahora te me olvidas del fútbol, de tus amigotes, porque los fines de semana son solo para mi’ y cerró la puerta.
Entonces comprendí que habíamos zafado de un asesino y que nuevos aires de democracia llegaban por estas tierras, pero yo, sin elecciones ni plebiscitos, entraba a la Dictadura del amor y recordé a Maradona, quien aseguró que no todos ese tipo de gobiernos eran malos. Tenía razón: A mí me hacía feliz.

jueves, 20 de agosto de 2009

Diego también llora

Cuando un hombre llora, algo sumamente doloroso o increíblemente bello pasa por su vida. Un día del fatídico Junio de 1990, Diego Armando Maradona dejó que las lágrimas inunden su rostro. Ese año, se jugaba el Mundial de Italia y él, la bandera de ese equipo, sabía que llegaban con jugadores lesionados y él arrastraba un tobillo inflado de tanto golpes, que parecía una pelota de tenis.
Los albicelestes, campeones hace cuatro años en México, tenían que defender su título. ‘Para quitarnos el campeonato van a tener que abrirnos el corazón’, había profetizado el ‘Pelusa’.
Su equipo llegó a la final, perdieron contra Alemania por un gol de penal que hasta ahora siembra dudas si fue correctamente cobrado.
En el momento de la entrega de las medallas al segundo lugar, él fue adelante, a recibir ese puesto que nunca quiso y del que siempre vivió lejos. Entonces se mordió los labios, pero el agua de los sentimientos bajò por su mejilla. ‘¿Y cómo no iba a llorar? Me habían arrancado la Copa del Mundo. Me la habían robado. Y la gente me silbaba ¿Qué más querían? Pisotearme, escupirme. Ellos no se daban cuenta de que mi dolor era haber perdido la Copa. Después, en Argentina, quisieron festejar: ¡los segundos puestos no se festejan!’, contó ‘Maradios’.
¿Se es un cobarde porque se llora ante la perdida de un amor?.
El reloj señalaba las 11 de la mañana, casi nadie camina por el jirón Quilca. Nos habíamos citado en ese lugar porque ambos transitábamos confiados por esas casas. El bar Queirolo en la esquina, el ‘Pelícano’ metido en el boulevard vendiendo casetes de una música que nos hacía felices. La vi desde el fondo, con ese caminar abandonado o como decía un amigo: ’la cosa es que llegue’ y llegó. Sonrió y por enésima vez vi su dentadura, sentí frío en mi estómago y no supe si acercarme y darle un beso en su mejilla o quedarme quieto. A ella parecía no importarle una cosa ni otra. Volvió a reír y fue cuando le dije con toda la valentía del mundo, con el coraje que me daban las lecturas de novelas románticas que había leído y la gallardía que había escuchado deben tener los que se enamoran: ‘Estás bonita, diría muy bonita’.
Se sorprendió y cuando pensé en la peor respuesta, escuché: ‘Cómo sudas’.
Desde ese día, cada vez que la veía llegar, pasaba mi mano por mi labio, para que note mi sudor que era lo mismo que mi nerviosismo y le daba un beso en la mejilla.
Un día, la encontré en Plaza San Martín, nos íbamos al teatro de la universidad y ella me pidió: ‘No quiero ir, vayamos al cine. Quiero ver algo diferente’.
Yo, un hombre cuya única misión en este mundo era hacerla feliz, acepté su propuesta. Subí las escaleras provocando que mis manos choquen con las de ella cuando ambos caminábamos, pero mi esperanza es que la tomara y entráramos así a la sala. Pero nada de eso ocurrió. Nos sentamos al centro y ella apoyó su dorso sobre el brazo izquierdo de su asiento y me miró: ‘A ti no te gustan las películas de acción, ¿por qué has aceptado venir?’. La sentí desafiante y hasta burlona. Por un instante sentí bronca y me animé a decirle todo lo que me ordenaba mi corazón golpeado: ‘Porque para mí lo más importante es estar a tu lado’.
Solo me miró con ternura, como lo hacía mi mamá cuando le traía su chompa para que se abrigue.
Me acarició mi cabello, luego me despeinó y dejó de lado la sonrisa y comentó: ‘A este paso, me voy a enamorar de ti’ y la maldita película anunció que empezaba.
Todos los días, saliendo de clases, nos íbamos juntos al paradero, aunque los ómnibus que tomábamos iban en sentido opuestos. Ella subía a los que se iban a Surco, yo los que cruzaban todo el cono norte.
Una tarde, sentados en el salón de clases, cuando todos se habían ido, ella sacó una revista de Mafalda y empezamos a reírnos de las ocurrencias que allí se escribían. Reía tan fuerte que se tapó los oídos, como diciéndome que me calle y yo le dije bajito aunque exagerando en el movimiento de mi boca: ‘TE AMO’.
Por primera vez la vi sonrojarse y puso la cara más seria que podía mostrar: ¡¿Qué has dicho?!.
Temblé, tuve miedo, otra vez el airecito invadió mi estómago, me vino a la mente los tiempos en que en el colegio me llamaban a exponer y moría de vergüenza. ‘Lo que pasa es que a veces soy muy soñador’ fue lo primero que se me vino para responderle. ‘Y siempre quise de chica a alguien como tú. Linda, por que para mí eres preciosa, divertida, te gusta lo que yo quiero. Te emocionas con cosas que a mi me estremecen y además, tus labios son mi obsesión’.
Sonrió, yo recordé una telenovela mexicana que mi viejita gustaba mirar donde el galán se aleja de la chica y ella le grita: ‘Yo también te amo’. Por un segundo pensé imitarlo, pero la puerta del aula estaba muy lejos. Volví a mi realidad y decidí quedarme a escuchar el veredicto de la juez. Pero mi moral estaba arriba, recordé a un ganador con las chicas como mi amigo Román y su sentencia sobre el enamoramiento. ‘Muchas veces no es importante si te dan un sí. Lo mejor es decirle a las personas todo lo que sentimos por ella, eso te libera’. Y era verdad, estaba como un niño que comió su torta en una fiesta de cumpleaños. Satisfecho, calmado y con ganas de ir a casa a dormir. Me vino un sueño y escuché: ‘Ey, que esperas que no me besas. Los enamorados siempre lo hacen’ y no esperé más.
Fueron 2 meses maravillosos, llenos de imaginación. Con algunas licencias para tocar su cuerpo. Y me olvidé que ella, antes de darme el sí, me confió su sueño más importante: irse a estudiar a Francia. Sus anhelos de ser escritora, las ganas de conocer el viejo mundo y el respaldo de su viejo para que lo logre.
Evité el tema, pero lo sentía rondando como un ladrón de mi alegría, de mi felicidad. Cada noche, cuando me metía a la cama, sentía que había vencido al tema de su partida, pero en el fondo era consciente que lograba ganar batallas, pero la guerra todavía no había estallado.
Un jueves no llegó a la universidad, pese a que era día de examen. Cuando apareció el profesor, salí corriendo en busca del primer teléfono público que estaba ocupado, pero igual hice la cola y llamé a su casa. Otros tiempos, pocos usaban celular, nadie tenía un correo electrónico. Respondió su hermana y pedí que me pasen con ella y al otro lado otra vez oí esa sonrisa que ahora me provocaba terror, la sentía burlona. ‘Ya sé porque llamas, tranquilo. No voy a seguir en la universidad, me dieron la beca de INABEC. Cumpliré mi sueño de viajar a Europa y seré una gran escritora’. Entonces recurrí a la mentira. ‘Ya cierran la puerta y me van a dejar sin dar la prueba, después te llamo’.
Desaparecí por completo. Ni Quilca, ni cine, mucho menos clases. Dos meses era muy poco tiempo para llevarla a mi casa y lo agradecía, porque no podría irme a buscar. Cada noche, llegaba asustado a casa y siempre el mismo comentario: ‘Te llamo…’ y siempre mi misma interrupción. ‘No me digas nada mamá. No estoy para nadie’.
Un mes después, con el ciclo perdido y caminando por rutas que estaba seguro nadie me iba a encontrar, decidí irme al puerto del Callao. Allí estaba mirando el mar cuando la tarde llegó y decidí regresar a casa. Tomé el primer micro que me saque hasta la avenida Fauccet. Bajé y tomo otro que vaya hasta el cono norte. Entonces subí a uno más o menos vacío y me senté junto a la ventana. Iba metido en mis miedos, cuando el ruido de un avión que recién agarraba vuelo me desconcentró. Miré como se elevaba y recordé que a Europa solo se va de esa manera y que ella podría estar viajando allí y no aguanté más y me puse a llorar.
Este maradoniano había perdido su amor y no tenía porque retener las lágrimas que se escapaban de mis ojos. El Diego lo sabría entender.

miércoles, 12 de agosto de 2009

La primera noche del diego y su amor

Aunque no lo crean, los genios también rememoran instantes de su vida, no solo piensan en lo que pueden hacer o lo que van a crear. Diego Maradona, uno de los seres humanos que pertenecen a esa clase privilegiada, también entró a la dimensión del tiempo y recordó su primer amor. ‘La primera pelota que tuve, fue el regalo más lindo que me hicieron en mi vida. Lo hizo Beto Zárate, el hijo de la tía Dorita. Era un balón número 1 de cuero. Dormí toda la noche abrazado a él’.
La pureza de sus cinco años lo llevaba a hacer esas ‘locuras’ por ese objeto redondo que lo hacía feliz. El ‘Pelusa’ sabía lo que era el primer amor, su primer encuentro íntimo con el ser querido.
¿Se puede tener esa actitud?. Lo único que recuerdo, que la primera vez que comenté lo mucho que esa chica me gustaba, mis más cercanos amigos me comentaron que estaba linda y tenía buen cuerpo. Pero yo solo quería bersar su hombro y dormir junto a ella, despertar juntos con la llegada del nuevo día y regalarnos una sonrisa en vez de un clásico y aburrido ‘buenos días’.
Pero esta noche hace mucho frío, tengo metidas las manos dentro de los bolsillos del jean y de rato en rato juego a botar mi aliento que parece que expulsara humo de mi boca.
La altura de Cerro de Pasco no hacía estragos en mí, tampoco a ella. Caminábamos riendo, sin miedos pese a todo lo que se hablaba de esa ciudad. Era un reto estar allí, lo habíamos planeado. Sentados en un restaurante del centro de Lima, ella me había dicho que conocía casi todo el Perú, desde la convulsionada Ayacucho, también la temible Tocache, pero quería ir allá donde se podía vivir un mismo día truenos, lluvias y granizo.
En esos tiempos, la observaba con admiración. ‘Yawar fiesta’ de José María Arguedas era un libro que gustaba hablar pero ella siempre contaba de Henry Miller y eso provocó que vaya en busca del ‘Trópico de cáncer y de Capricornio’, sus obras maestras.
Ella me los relataba y solo la observaba, hipnotizado. Estaba enamorado, no tenía dudas. Todo en ella me parecía precioso, su falda larga con sus botas militares, sus miles de pulseras en las muñecas, su rostro sin pintar, sus uñas crecidas peor limpias. También esas lisuras cuando renegaba: ‘Me jode, todo me jode. Los policías de mierda que piden plata a los microbuseros, los idiotas que me ven con jean y me silban, también lo poseros que por escuchar rock creen que deben hablar lisuras. Me jode todo, me jode que se me acerquen porque les gusto, no por amistad’, solía decir llena de ira.
A mí todo me parecía hermoso, que una renegada del mundo me alija a mí para transitar por esta mierda de país, como gustaba llamar a nuestra ciudad.
La amaba peor nunca se lo demostraba, pero sufría mucho cuando veía un chico que le gustaba y me comentaba entusiasmada todo lo que haría con él si le llegara a corresponder: ‘le diría para ir el fin de semana a la filmotcea, de allí a caminar y después, declamarle un poema mío, así no le guste’.
Lo mío era guardar silencio, pensar en que eso algún día iba a soñarlo pensando en mí. Pero fue viviendo con el dolor y la ternura de sentirla cerca. Creo que en el amor se obtienen fracasos y victorias en un mismo día. Se puede hacer el amor o pelear todo en 24 horas, hasta terminar la relación.
Por eso, en la mañana que me tomó del brazo y me dijo: ‘Vámonos a Cerro de Pasco. Ha cagarnos de frío, pero también a conocer como son las cosas por ese sitio que tanto miedo le tienen’, fui feliz y le respondí que cuente conmigo.
No tenía mucho dinero, apenas si había conseguido para los pasajes y como solo estaríamos el fin de semana, necesitaba para una noche de hotel y comida, después nada.
Salimos un viernes a las 10 de la noche, ella me pidió sentarse para la ventana y yo acepté. ‘me gusta mirar la oscuridad, imaginar que hay cerros, casas o plantas, eso me divierte y hace que el tiempo pase muy rápido’, me explicó.
Yo había llevado una mochila negra y comprado un kilo de manzana para la ruta, además de dos limones para comerlos en el camino.
Cuando el carro salió del terminal, las luces de los postes de Yerbateros se estrellaban con la luna y saltaba a su rostro. Le daban un brillo especial a su mejilla y su sonrisa parecía tener el reflector del mundo admirándola.
Hablamos de todo, desde sus viajes anteriores, hasta la música que amaba. También, aunque era lo más doloroso para mí, de sus ex enamorados. Me habló del penúltimo chico en su historia amorosa. Que ella no entendía como se le desaparecía en cualquier momento y ella siempre tratando de estar calmada. Hasta que no supo de él una semana y eso si la angustió. Después de renegar y maldecirlo, fue a buscarlo a la casa de sus padres y ellos, sin abrirle al puerta ni hacerla entrar a la casa sino utilizando la ventanita, le dieron la noticia que ella jamás sospechó. ‘Esta detenido en Dincote. Lo acusan de pertenecer a ‘Sendero luminoso’. Lo mejor que puedes hacer es olvidarte de él. A ti también detene3r aduciendo que eres terrorista’, le advirtió la voz de la mamá del muchacho.
Después del remezón, ella camino una cuadra y sentía que la seguían, también que los carros paraban a mirarla y ante cada luz que se acercaba, imaginaba que era el auto de la policía. Hasta que el tiempo fue avanzando, todo se hacía más tranquilo y se cruzó con la hermana del enamorado. ‘Él está bien, en un par de semanas debe salir, pero dice que por ahora no es bueno que se vean. Saldrá y cuando dejen de seguirlo, te buscará’. Ella la escuchó y le dio pena, pero ya no sentía nada por él y decidió seguir su camino sin responder. Como lo hizo hasta ahora.
Ella me miró, bostezó y me dijo que tenía sueño.
Apenas si le dije balbuceando: ‘Yo igual, que triste tu historia’.
Ella sonrió y me dijo: ‘No seas loco, no seas monse. Es algo que pasó y ni yo me pongo triste y no es justo que lo hagas tú’.
Todo estaba oscuro, el ruido del motor nos acompañaba. Casi todos dormían y yo abría los ojos con delicadeza. Su cabeza estaba sobre mi hombro y yo quería que se prendan las luces y todos crean que era mi chica y por eso dormía así. Pero era el único testigo de lo que yo venía soñando desde que la conocí. Y apoye mi cabeza y sentí su cabello y me dormí con mi mejilla sobre él.
Hacía helada, la gente se amarraba las chalinas entre sus muslos, pero nosotros seguíamos igual que al principio. Ella abrió los ojos, buscó los míos y dijo: ‘abrázame monse, me muero de frío’.
Lo hice de inmediato, se acomodó más a mi cuerpo y no decíamos nada, pasaron como cuatro minutos y su mano resbaló por mi pecho pero lo levantó de inmediato. Siguió prendida de mí y yo sin hacer ruido, para que no s evaya a despertar, pero con mis manos fijas rodeando su cuerpo.
Un bache me hizo tomarla con fuerza, pero ella ni despertó.
Perdí la noción del tiempo, creo que fueron muchas horas en esa posición. También soñé otras cosas, como que ella me besaba y yo le correspondía. También que me decía para que bajando de ese carro seamos enamorados y respondía que con mucho gusto.
Pero un grito cortó la película que mi cerebro me estaba regalando. ‘¡Llegamos!’.
La solté y al hacerlo ella despertó, me miró con dulzura. Estiró sus brazos y comentó: ’Me moría de frío, gracias pro abrigarme’. Bajando, comentó algo que me anunciaba el futuro: ‘Vamos a buscar hotel, es lo primero que debemos asegurarnos. Pero hay que pedir que nos den dos cuartos juntos’.
Entendí el mensaje, en Cerro de Pasco ella no se convertiría en mi enamorada, peor no importa. Al igual que ‘Pelusa’, que durmió abrazadito de su pelota, yo había recibido el nuevo día junto a ella, con mis manos rodeándole su cuerpo. Al puro estilo maradoniano, con mi primer amor había pasado una noche, sin hacer nada, solo soñando con lo que podíamos hacer.

sábado, 1 de agosto de 2009

Diego le pone música al amor

Si hay algo que a un genio lo humaniza es la música. El Diego no escapó al sonido bello y perfecto que salen de los instrumentos musicales. Él, que le ponía un sonido maravilloso a la pelota y a cada jugada, también sucumbió ante el encanto del 'canto de las sirenas'.
Tenía 16 años, era la estrella del Argentnos Juniors pese a su corta edad. Claudia Villafañe vivía a una cuadra de su casa. La leyenda cuenta que ya se miraban, quizás por ello el 28 de julio de 1977, cuando se organizó una fiesta en 'El Social y Deportivo Parque', cerca de las dos de la mañana, ambos cruzaron miradas, 'Pelusa' escuchó 'Yo te propongo' de Roberto Carlos y le hizo un ademán con la cabeza para bailar. Ella, que estaba acompañada de sus amigos del quinto de secundaria de su colegio, no puso la mínima resistencia, pero no quería confundirse y con su mano le preguntó si se refería a ella y él sonrió y se acercó. La tomó de la mano y empezaron a bailar. 'Yo te propongo de madrugada, si estás cansada, darte mis brazos y en un abrazo hacerte dormir. Yo te propongo no hablar de nada, seguir muy juntos la misma senda y continuar después de amar, al amanecer..' escucharon ambos y él confesaría. 'Me ahorró todas las palabras que justamente no me sobraban. A partir de ese momento exacto, fuiimos el Diego y la Claudia', confesaría el 'Más Grande'.
Las canciones son así, pueden ayudarte a ser feliz o también a recodar con nostalgia lo que se ha convertido en pasado.
Fue una tarde fría, que decidí preparar un casete donde le expresara todo lo que provocaba en mi. Y digo casete porque eran otros tiempos, los CD no habían invadido la teconologia musical y era en una cinta de 60 minutos de duración que le expresaría todo lo que sentía por ella.
Pero para un tímido como yo, no era tarea fácil abrir sus sentimientos sin tener miedo al ridículo, rechazo o como lo quieran llamar.
Tenía que ser sutil, audaz, pero sin darle argumentos para que pueda molestarse y tener los suficientes motivos para recriminarme en la cara mi atrevimiento.
El viejo equipo negro de doble casetera, regalo de mi hermano mayor para mi vieja, era el cómplice perfecto. Bajé a la sala con más de 20 casetes y uno en blanco, los del tipo que compraban los vendedores de Quilca y vendían las copia a 5 soles.
Recordé un tema 'Un vestido y un amor' y me convencí que era la mejor introducción que podía darle a mi producción. Esta encaminado, tenía los audífonos puestos y me sentía feliz, sabía que iba a ser un bun 'dardo' a su corazón, pero no podía decir que la estaba tratando de seducir.
Pero había que encontrar el segundo tema y elegí: 'Cuanto de mi es tu voz encarnada en mi' de Rafo Ráez. La letra era perfecta: 'Yo no me conozco cuando te acercas a mi. Todo es en mi gozo y entonces te acercas tú..' decía y eso tenía que escucharlo ella.
Claro, más dulzura para sus oído y entonces aposté por Sui Generis: 'Quizás porque no soy buen negociante no pido nada a cambio de darte lo poco que tengo: mi vida y mis sueños'. Creo que iba bien, estaba feliz y busqué más temas. 'Siempre oí muchas palabras, mil poesías limitadas, muchos versos a la amada... No me enteré de tu universo, no conocí un solo verso que me haga olvidar...' me había dicho Daniel F y ahora el momento de que cante para esta chica que me llevaba a mis sueños e historias soñadas de amor. Me olvidé del rock y lo metí a Pablo Milanés 'Yo no te pido que me bajes na estrella azul, solo te pido que mi espacio lo llenes con tu luz'.
No había dudas, todo iba como lo planeado. Entonces seguí buscando entre mis riquezas musicales, tenía que haber muchas más que expresen amor. busqué a Julieta Venegas, su tema 'Oportunidad me podría ayudar' y la mandé a grabar. Las horas se iban sumando y ahora venía lo más complicado, ¿cómo se lo haría llegar?, eso se vería mañana.
La economía no era la mejor, apenas ingresos improvisados por resumir libros de literatura para los estudiantes de los primeros ciclos de universidades particulaes, eran mis ingresos 'estables'. A veces conseguía buenos 'contratos' y otras no. Pero eso sería para más adelante.
Lo importante era terminar de cubrir esa extensa cinta del casete que aún tenía espacio.
Repasé el rock nacional, 'Cómo te va' del inefable Rafo Ráez otra vez se metía en medio de mi historia de amor. Y fue que salté al punk y decidí que ella escuche a '2 Minutos' y el 'Tema de Adrian'. 'Cuando salga nena yo te pasaré a buscar, no sufras, no llores, yo te pasaré a buscar' y entonces decidí que ella y yo deberíamos tener un Himno, un tema poco común en esos tiempos y grabé. 'Dale alegria a mi corazon, que ayer no tuve un buen día por favor' y click.
Había concluído. Ahora venía lo peor. Dejarle la cinta, todo un problema. Un courrier me cobraría mucho, quizás no iba a tener el efecto deseado. Podría ir un buen amigo mío. haciéndose pasar como un mensajero y decirle en la puerta de su oficna. 'Esto es para usted, del señor ...'. Descarté la idea. Decidi por lo más seguro: Yo lo dejaría en recepción.



Lo hice, con mi bolso artesanal subiendo cada piso, fastidado de entrar a un ente burocrático. Pero el motivo era ella y no importaba su trabajo ni esa gente que la rodeaba. Llevaba un polo con un ojo estampado en el pecho, como ese que siempre se ve en la cara del protagonista de la 'Naranja mecánica'. Un pantalón gastado por el tiempo, que a mí me hacía feliz cuando lo llevaba puesto. Mis zapatos de soldadito de servicio militar. Sudaba de nervios y subí por las escaleras, para evitar el ascensor y no cruzarme con ella. Y llegué, una mujer huesuda me recibió, pregunté y me miró de pies a cabeza- 'Espera que la llamo' respondió y me apuré en aclararle. 'No, no, solo firme acá y se lo entrega'. Ahora ella me miró de pies a cabeza, de su cuello colgaba el fotocheck que creo que ella sentía como algo que le daba nivel.
Mis zapatos no estaban bien lustrados, pero no importa, yo no era el pretendiente sino el mensajero, y así me critique, no habría problema.
Esa tarde fue mi primer paso para conquistarla. No tenía celular y bien tarde me llamó a la casa. Me dijo entusiasmada. 'Acabo de terminar de escuchar el casete, esta lindo. ¡Qué romántico eres!'.
Habíamos cumplido dos mese de enamorados, teníamos que celebrarlo y yo estaba peparado, había juntado dinero. En la puerta de su casa me dijo:'¿Donde me vas a llevar?'. 'Donde quieras' fue mi respuesta sin titubear.
Y la tomé de la mano y caminé orgulloso. Esa noche fue la primera vez que nos quedamos a dormir en un hotel. Echada en la cama, riendo de las anécdotas que siempre me gustaba contarle, me imterrumpio para reguntarme. '¿Cómo se llama ese casete que me regalaste cuando aúin no éramos enamorados?'.
Rápidamente escarbé mis conocimiento musical, alguna producción podría tener el título que coincida con esa 'producción'. No me salía nada y ella agregó: 'Creo que me lo mandaste para que empiece a darme cuenta que estabas enamorado de mí'.
La miré y estaba preciosa, con el pelo despeinado y la risa llenandole su cara. 'Tienes razón, pero ni yo mismo sabía que ya estaba perdidamnte enamorado de tí. El título de ese casete es 'Me empiezas a interesar', le comentér y en ese instante, ella me besó y volvimos a hacer el amor.
Una vez más, Diego Armando Maradona, tenía razón: 'Las canciones dicen de sobra las palabras que justamente no nos sobran'.

martes, 21 de julio de 2009

Te amo, según el Diego

Y ocurrió así. Diego Armando Maradona era un boom mundial. En todos los países y en las diferentes lenguas del mundo, se hablaba maravillas del 'Pelusa'. Fue entonces que Estados Unidos, fiel a su política de nacionalizar talentos deportivos, le ofreció 100 millones de dólares por vestir su camiseta. El '10' respondió ante tamaña tentación. 'La patria es un sentimiento y los sentimientos no tienen precio'.
Nos había dicho y enseñado lo que es amar. A su estilo y manera, gritó a los cuatro vientos el amor que sentía por esa tierra que lo vio nacer. 'Te amo...'.
Esa frase tan complicada de expresar para algunos y que prefieren el 'te quiero como a nadie', antes que decir: 'te amo como nunca'.
Y así fue. Esa noche habíamos decidido ir al cine. Ella estaba sentada a mi derecha, veíamos una película de esas que no acostumbro ver, pero que por tenerla cerca, le dije que parecía interesante.
Friolenta como pocas, tenía una casaca que la abrigaba más de la cuenta. Tenía el cabello suelto y un pan con hot dog en la mano. Yo apenas una gaseosa con hielo y no quería nada más. Soñaba con que en la sala nos besáramos y saliéramos de la mano como enamorados. Pero todo era confuso, porque se concentraba en la película y yo mostraba interés cada vez que volteaba a mirarme. Me miraba y yo reía, creo que notó mi nerviosismo y sin decirme nada, retiró sus ojos de mi y se centró en el ecran. Yo si miraba a todos lados. Siete filas más abajo, un muchacho le acariciaba el rostro de su chica y le hablaba algo al oído. Luego, ambos reían de buena gana y se daban un beso en los labios. Los observaba con envidia, acaso con pena por no vivir lo mismo. Una lágrima imprudente trataba de escapar de mi ojos y decidí no desesperame para disimular mi angustia. No quería que ella me mirara y sintiera que estaba al aldo de un hombre débil. 'Las mujeres cuando ven a un varón llorar, sienten que están desprotegidas', me dijo un filósofo machista que conocí una noche en un parque de San Miguel.
Primero, rasqué mi pomulo, observé donde observaban sus ojos y seguía prendida de la película y fue que apurado puse mis manos en mis párpados y pude detener a la lágrima inquieta que amenaza correr por mi rostro.
La película iba entrando a su desenlace y yo seguía sin dar un paso importante por conquistarla. Recién tomé consciencia que estaba viendo 'Misión Imposible' y coincidentemente, era la mejor definición para lo que me tocaba vivir.
Decidí inventar algo, repasé libros de amor, necesitaba una locura, esas que hacen que cualqueir chica tiemble al solo escucharla. Pero nada se me ocurría, quizás reírme de manera exagerada cuando alguno de los protagonistas soltara una broma. No funcionó, porque llamé su atención, pero solo por un instante. Sonrió y soltó un 'shuuuu' y volvió a 'meterse' en la película. Faltaba poco tiempo para que todo se acabe, iba a terminar como un tipo sin creatividad ni osadía, sin el fuego sagrado de los audaces. Esos que consiguen lo imposible cuando parece imposible.
Miré sus manos, sus dedos tenían las uñas pintadas de un rojo vino. Fue entonces que ella descubrió que las estaba mirando y me miró a los ojos, fijamente. No supe si responderle la mirada o esquivarla. Pero ella seguía concentrada en mí y yo temblaba de miedo. Si, era un niño asustado, un idiota enamorado sin decirle lo que sentía por ella. La maldita lágrima parecía que intentaba otra vez salir de mis ojos y eso me aterrorizaba. Que diga que soy sin atrevimiento, pero llorón jamás. Parece que comprendió mi nerviosismo y volvió los ojos a la última parte de la historia. Escuché la música que anuncia momentos felices del final del drama. Bromas tontas entre los personajes, todo se estaba terminando y fue entonces que ella tiró el cuerpo para atrás, su cabeza sobresalía del borde de la butaca. Me pareció que todo iba a acabar y fue cuando ella, sin mirarme, sin hablarme, apoyó su cabeza sobre mi hombro. Temblé, pasé la saliva y me animé poner mi brazo sobre su hombro. Me acordé que había leído un cuento de Osvaldo Sorinao, donde el muchacho la jala para su cuerpo, lo hice y la sentí cerca de mi nariz. Entonces besé su frente y ella levantó su mirada y me miró con ternura y de inmediato la bajó y enterró su nariz en mi hombro, besé su cabello y ella volvió a mirarme y ni traté de besar sus labios. La miré sin miedos, seguro de mi mismo, la maldita lágrima volvía a pelear por escapar por mi mejía, no me importaba si lo lograba, ya no era necesario y fue entonces que le dije: 'Te amo' y ella me abrazó con fuerza y enterró su rostro en mi pecho. Me había portado como un auténtico maradoniano. El Diego estaría orgulloso de mí.

miércoles, 8 de julio de 2009

Un pico maradoniano

Él lo impuso, los bautizó como piquito y desde allí todos mueren por uno. Fue jugando por Boca en el año 96, contra River Plate, que Diego Armando Maradona le dio un pase extraordinario a Claudio Paul Caniggia y el rubio pelucón terminó la jugada en gol. 'Pelusa' lo buscó y lo besó en los labios. Sin pasión, solo estiró los suyos y los juntó a los de su amigo y compañero de equipo.
Desde ese día, nos enseñaba que la máxima expresión de afecto se expresaba de esa manera.
Más allá de las críticas homofóbicas que recibió el '10', algunos entendieron que lo principal era el gesto y trataron de hacer de la prédica un ejemplo a seguir.
Un día la vi pasar cerca mío y no pude contenerme voltear a verla. Siempre me pareció atractiva, pero su corazón pertenecía a otro. No quería acercarme, solo poder contemplarla. Una noche soñé con ella y me preocupé. No era normal que ocurriera eso. Después no supe más de ella, evitaba preguntar por esta mujer que alteraba mi equidad, me hacía incoherente a lo que uno siempre piensa respecto a la lealtad.
¿Se puede amar y desear?. Como lo dijo Rafo Ráez, el rockero peruano, 'Un poeta tonto lo jodió todo cuando separó als exo del amor y cuando en realidad ambos son compatibles o mejor dicho, uno es la consecuencia de otro'.
Hasta que me crucé con ella, sin esperarlo ni buscarlo. Estoy convencido que el habernos encontrado un par de veces en un sitio común, hizo que por educación me soltara una mirada, levantara las cejas y me dijera un hola muy suave. Quise decirle hola mi amor, imaginé que ella se acercaba y me daba un beso en mis labios y me decía:'en la noche, nos vamos al cine'.
Pero claro, nada de eso era posible. Ella siguió y le miré el cabello. Recorrí su jean ajustado, me encantó contemplarla y la dejé seguir. No podía hacer más.
Así pasaron los días, inventándola en mis noches solitarias, creándola en mis fabulas de amor, sufriendo por decirle que quiero algo más que su sonrisa, saludo o mirada.
Apendí a concoer cada uno de los pantalones que usaba. Me encantaba el turquesa y uno a raya, de colores. Siempre lo pensaba:'Hoy vino sicodélica' y la imaginaba en los años 70, bailando un rock desenfrenado.
Se recogía el cabello y no me gustaba. Me parecía que eso la desfavorecía. Una noche, estuve cerca de ella y solté esas estupideces a los que recurrimos los tímidos cuando tenemos miedo. Ella rió de buena gana y yo busqué la segunda broma y volvió a reír. Entonces, tomé valor y le hablé y ella respondió de buena gana.
Desde allí decidí hacer todo para que se sienta protegida conmigo, cuidada y respetada. Fue avanzando de a pocos, le escribí todo lo que podía salir de mi corazón enamorado y de mi historia con los libros y la música.
Le dije de millones de maneras que la amaba aunque nunca se lo dije cara a cara, mucho menos por teléfono. Solo le fui creando una burbuja donde el aire que se respiraba era de ternura.
Un día, seguro de tanta inseguridad que trasmitía, me rpeguntó si la amaba. le dije que no, porque el amor era un proceso, pero no le aclaré que yo ya estaba encaminado en dicho proceso.
Una noche, de tanto visitarla, en el sillón de su casa verde, nos abrazamos muy fuerte, como lo hacen dos personas que se quieren, como lo harías con tu mejor amigo y nos dimos un piquito, como el 'Diego' y el 'Cani', haya por el 96 y fui inmensamente feliz.
Muchas veces le hice el amor, varias me devoré sus labios, pero la primera vez que junté mis labios con los de ella, no se compara a ningún momento de la historia que escribimos juntos.
Hoy, cansado de algunos trajines, luchando por ser un buen hombre, convencido que hay espacio y lugar para ser feliz, la recuerdo en mi hombro, con su bata roja, dándome y dándole caricias atrevidas y pienso que en que parte de nuestra dimensión estará escondida la ternura de ese primer pico.
Pero pasarán los años, las canas invadirán mi cabeza como ya lo vienen haciendo en algunas partes de ella y siempre diré lo mismo: El Diego siempre tuvo razón, un pico es la maxima expresión del amor.